En política, hay sumas que restan. Yolanda Díaz se lo imagina, pero viene aprendida de casa. Pedro Sánchez lo teme porque acumula experiencia. La izquierda progresista, y también la oficial, la del PSOE vaya, es cainita por genética. La ideología y el personalismo por encima del bien común es lo suyo cuando se libran las diferencias. Así llevan desde la Primera Internacional hasta hoy y sin desmayo en el despropósito continuado. Por eso Sumar no es ninguna garantía sólida de argamasa para repetir la misma correlación de poder de la actual legislatura. Por eso, desde la vanidad y la soberbia intelectual Pablo Iglesias antepone su cortijo de abducidos a la apuesta de futuro de un nuevo abrazo comunitario. Ante semejante desvarío, la derecha sigue echando cuentas porque sabe perfectamente que la pelea interpares le favorece sin moverse, incluso hasta equivocándose.
Sánchez suspira por la proyección electoral de Sumar. También Iglesias, pero en dirección contraria. El presidente hace tiempo que unió su suerte nacional al éxito en las urnas de diciembre de su vicepresidenta segunda. El destino de un alto cargo internacional lo tiene garantizado ahora mismo para el día que decida marcharse. En el caso del auténtico líder de Podemos entre bambalinas, todo tiende a empeorar. De momento, se tapa los ojos ante la debacle más que previsible de los suyos en la noche del 28-M. Bien sabe este profesor tertuliano que una derrota estrepitosa debilitaría hasta el infinito su capacidad de exigencia para confluir con garantías en el proyecto de Díaz, convertida cada minuto que pasa en su enemiga más acérrima.
En el PSOE no dejan de echar cuentas. Incluso, de mirar de soslayo a la nueva confluencia del progresismo. Les anima su carismático líder, convencido de que un buen resultado de Sumar en diciembre acabará de un plumazo con todos los entusiásticos cantos de sirena de la derecha mediática. Pero no las tienen todas consigo. La encarnizada enemistad de los cuatro supervivientes del Titanic de Podemos hacia el nuevo proyecto de la izquierda sufrirá un castigo ejemplar con la ley D’Hondt en la mano. Serán incapaces de sumar y, por tanto, restarán en muchos municipios, diputaciones y gobiernos autonómicos. El primer aviso para las generales. Ante semejante escarnio, Irene Montero perderá toda legitimidad para exigir un papel “protagónico” a su envidiada Díaz. En cuanto a la reacción de Ione Belarra resulta muy difícil, o imposible, imaginarse el calado de su despropósito habida cuenta del nivel que acostumbra en sus pronunciamientos. Este fatal desenlace desazonaría a los socialistas, recortaría la soberbia de Iglesias en su caudal de exigencias y, desde luego, dejaría las manos abiertas de par en par a Yolanda Díaz para apuntalar sus planes sin tutela alguna. Hasta entonces, la mayoría del Gobierno se conjunta para proyectar la máxima confianza en rentabilizar los excelentes datos económicos, la mejoría evidente en la mano de obra ocupada y la desatada fiebre consumista de estas vacaciones.
Con todo, el primer examen social de coyuntura está a la vuelta de la esquina. Nada será igual en la izquierda a partir de las próximas elecciones de mayo después de la tormenta que los acompaña. Tampoco en la derecha, pendientes de cambiar el signo de su suerte. Una derrota en votos del PP comprometería hasta el infinito la solidez del candidato Feijóo, mucho más después de sus incomprensibles resbalones en un calendario que se le está haciendo demasiado largo. Para la colección semanal de equivocaciones sonoras, ahí queda su patética confusión sobre la potestad de la Airef en cuanto a la legitimación de los datos del paro y que solo puede evidenciar una predisposición innata al desconocimiento básico de las cuatro reglas de la política de andar por casa o que a su alrededor gravita toda una pandilla de ineptos incapaces de guiar a un tuerto.
También echan cuentas en el independentismo catalán. Su tradicional mayoría se les empieza a resbalar entre los dedos. Ni ERC desde la acción de poder en torno a la Generalitat ni Junts por su ancestral victimismo y ahora señalado por la corrupta prevaricación de Laura Borràs son capaces de contener el avance imparable de Salvador Illa a los mandos del PSC. Las predicciones del propio CIS catalán, nada susceptible de ser considerado un emisario del Estado español opresor, auguran una configuración política en Catalunya hasta hace poco inimaginable y cada vez más propensa al diálogo inevitable entre diferentes.