Al hilo de la muerte de Sánchez Dragó y de comentarios que leí en redes sociales hablando mal del difunto y de réplicas a esos comentarios expresando su malestar con los comentaristas por no haber manifestado eso en vida del difunto o delante de él “cuando se podía defender” la verdad es que me puse a pensar si estaba mal, bien o regular criticar a quien ha muerto y efectivamente “no puede defenderse” y concluí que sí, que no está mal, que no le veo mayor problema. Especialmente si en vida de la persona fallecida no has dicho lo contrario –conozcas o no al difunto– de lo que dices tras su muerte. ¿Qué problema hay en decir que mengano era un tipo despreciable? ¿O que zutana era abyecta y una víbora? No se lo veo, la verdad, más allá del gasto de energía que pueda suponer andar comentando cada muerte que sucede en el ámbito de la opinión pública o incluso de la curiosa oportunidad de tener que hablar mal de alguien precisamente cuando palma, pero, así, como idea filosófica, no le veo mayor inconveniente, siempre y cuando se guarde, eso sí, un cierto decoro en las formas o no le dé a uno por empezar a airear trapos sucios del muerto, porque ahí sí que, efectivamente, lo suyo hubiese sido airearlos en vida y que el muerto hubiese tenido la opción de réplica. Pero así una frase del estilo “ese tío era un pedante inaguantable” me parece hasta sano y no creo que cruce ninguna línea de la mala educación o el debido respeto. Que lo mismo me puedo equivocar, claro. Efectivamente, quedamos todos más elegantes si mantenemos la boca cerrada y no decimos ni para bien ni para mal una sola palabra de quien ya se ha marchado a pisarle la huerta a Josafat, pero tampoco hay que rasgarse las vestiduras por tildar a alguien de arpía o de mala pécora, así, con un lenguaje elegante a la par que austero. Porque de esa gente, aunque menos, también hay, claro que sí. Bastante.