La soledad es más que una hermosa palabra de significado difícil. Según la RAE, es “la carencia voluntaria o involuntaria de compañía”. Algo no encaja del todo en esa definición. No es lo mismo, ni parecido, estar solo si es una decisión personal elegida, que sentirse solo o sola sin haberlo querido. Cada vez más gente se siente así aun viviendo acompañada. Esa es la soledad que cuesta, la que no se elige, la que arrastra a diario pesar y melancolía, como la que se genera tras una dolorosa pérdida. No es fácil esquivarla y parece que se ha asentado como uno de los síntomas de nuestros días. No hay red social que pueda paliarla. Casi siempre asociamos la soledad a las personas mayores, a esa etapa de la vida en la que te van faltando quienes te han acompañado, familia o amigos. Pero sentirse solo no tiene edad. Al menos eso dicen estudios como el que se ha conocido esta semana en el que se concluye que los jóvenes de entre 16 y 26 años son las personas que más solas se sienten, le siguen los menores de 34. Un dato que sorprende porque a esa edad las redes de amigos son sólidas y no faltan los planes en compañía, aunque quizás fallen las otras redes que tanto aíslan. Los datos apuntan que uno de cada cinco dice sentirse mal por esa sensación de soledad no deseada. Tenemos que escucharles más y conocer qué les está pasando para entender ese malestar que parece haber encontrado en la juventud su mejor aliado. El informe, impulsado por SoledadES, detalla que esa sensación desciende a medida que se cumplen años y que quienes tienen entre 65 y 74 años son los que menos soledad sufren o los que mejor la gestionan. Da que pensar.