Hubo un tiempo, tal día como hoy, que miles de trabajadores salían a la calle para manifestarse por una sociedad sin clases. Hoy son ciudadanos que demandan un poco más de decencia en quienes le someten. Hubo un tiempo que el 1 de mayo era el gran día de la identidad de clase obrera. Una fecha en que la ciudad se mimetizaba con el latir de las sirenas de las fábricas. Hoy es la gran fiesta de las reivindicaciones y la exhibición del musculo sindical. Nada que objetar. Porque frente al nuevo malestar depresivo, la deflación de las condiciones laborales y la desertización de la esfera pública, toda protesta es poca. Aunque la protesta y la división sindical estén hoy asumidas con toda normalidad.

Pese a todo, la agenda sindical del 1 de mayo sigue dejando fuera a mucha gente. O mucha gente, no asalariada, no encuentra hueco en esa agenda. No sé. Y sí, claro que las relaciones de clases siguen existiendo. Pero sin la primacía de la clase obrera fordista como la única que explica la totalidad social y sus conflictos. Y es que nuevas colectividades, los perdedores de la globalización y los que se han disgregado de la clase trabajadora asalariada, se quedan fuera de esta fiesta. Son las empleadas de hogar, las kellys, repartidores, trabajadores pobres que no llegan a fin de mes, cuidadoras, desempleados perpetuos, mediopensionistas, inmigrantes racializadas y diversos colectivos precarizados cuyos problemas van más allá de tener un puesto de trabajo. Gente que, más que luchar por mejoras salariales, pelea por sobrevivir.

Por eso mismo, hoy la realidad de clase no se explica solo desde el obrerismo asalariado. Porque hoy la clase obrera no puede por sí sola tensionar el campo político si no es contando con el apoyo de la interseccionalidad de las diversas luchas que sacuden el mundo, todas esas que no encuentran hueco en las convocatorias de hoy.