No sé nada de la inteligencia artificial. Lógico, puesto que tampoco sé casi nada de la inteligencia natural. Me quedan ambas muy lejos. Se lo dejo a los expertos.

Ahora, si se fijan bien, hay expertos en casi todo. Y aparecen mucho. Antes había como 10 o 12 que hacían que sabían de todo y punto. Ahora, en cambio, le pegas una patada a una piedra y te sale un experto. En un medio de comunicación estos días están debatiendo sobre la identidad. La identidad colectiva y esas cosas. Y argumentan y razonan y sentencian. A mí me maravilla como sentencian, así, con frases que parecen dogmas de fe. No sé si eso es inteligente o no, ya digo que me queda lejos, pero así, por lo que tengo oído, dudar de lo que uno mismo dice suele ser lo más inteligente. Aunque, claro, así no habría manera de concluir nada, porque siempre dejarías ahí la duda colgando y si dudas no actúas y no avanzas. Aunque avanzar a veces es peligroso.

Ya lo están anunciando los creadores de la Inteligencia Artificial, acojonados por la velocidad que lleva y el camino que puede tomar. Les pasó lo mismo a los de la bomba atómica. Y tantas otras cosas, lógicamente. Estos que son expertos en identidad, por ejemplo, dicen que el peligro es que se pierda, lo cual en sí mismo a mí no me termina de convencer, porque será peligroso si esa identidad es positiva e inclusiva, si es cerrada y negativa por qué no habría de cambiar. Amén de que la historia cambia, el mundo cambia, cada vez nos movemos más, viene más gente de fuera, vamos más fuera y todo se uniforma bastante. Basta ver los bares. Visto uno vistos el 99%. O todo, en general. No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de eso: nos parecemos cada vez más unos a otros, en todas partes. No sé si es por el móvil, la ropa, el algoritmo o todo junto, pero de aquí a 20 años igual no distinguimos un chino de un segoviano. Ni un robot de un ser humano.