Cuenta P que el centro de salud dispone de cuatro ventanillas separadas por medio metro de distancia y dotadas de un pequeño altavoz para facilitar la comunicación y que el lunes a las 10 de la mañana él se personaba en el centro porque la salud es lo principal.

Cuando llegó, le precedían nueve personas. La persona 1 se levanta muy mareada, tanto que debe demorar las habituales tareas de aseo y alimentación, que luego ya se le va pasando, pero lleva un mes así y ha venido. La persona 1 parece más paciente que la persona 2, que tiene que recoger unas vendas pero nadie le aclara dónde y no tiene toda la mañana y ya vale. La persona 3 se acerca mucho a la ventanilla y habla en voz baja. Se escucha a la administrativa preguntarle si trae la muestra. La persona 4 va en silla de ruedas, no consigue un servicio de ambulancia y lo del botón de emergencia va para largo, cuestión que explica tanto al administrativo como a sus iguales, que amablemente comparten su estupor. La persona 5 describe ciertos malestares fisiológicos de su pareja con un naturalismo desgarrado y la persona 6 deja claro cómo arreglaría la sanidad. La persona 7 quiere cita para pedir una analítica, la 8 precisa rehabilitación. La 9 relata a P un proceso crónico lleno de altibajos.

Como la fila ha crecido, cuando llega su turno, P es consciente de que, contra su voluntad, aportará al conocimiento colectivo una parte de sí mismo. P sale del centro de salud con información que ni necesitaba ni quería, que recordará cuando se cruce con esas personas, de la 1 a la 9, y preguntándose cómo puede hacerse para proteger datos tan sensibles como los de salud. ¿Les ha pasado algo parecido?