Uno no termina de comprender qué se les pasa por la cabeza a los mandamases de Bildu cuando a estas alturas, cuando han dicho tanto –aunque no tanto como nos gustaría– sobre mitigar el dolor ajeno y han dado pasos –aunque no tanto como nos gustaría– hacia la política de la conciliación y la convivencia y se han involucrado de veras en pueblos y ciudades, qué se les pasa, digo, cuando meten en sus listas a siete personas con delitos de sangre. En 2023. No termino de comprender qué se pretende, ni sé si es sencillamente que no son capaces de visualizar el daño que eso nos genera a la vista y al estómago a los demás o si son pasos medidos políticamente hablando. Es obvio que la legalidad está ahí y es obvio que la convivencia también se construye aceptando que haya personas con ese pasado, pero aún más evidente que aunque en años hayan pasados ya unos cuantos en sensaciones y emociones los actos de ETA están como quien dice aún a la vuelta de la esquina. No ha pasado ni una sola generación, así que no es de extrañar que a la inmensa mayoría de las personas el hecho de meter a esas personas en las listas nos produzca cuando menos desagrado, sin entrar en comparaciones con sobre a quién meten otros y qué listones morales se han puesto algunos de bajos y qué de altos los ponen a los demás. En solitario, si analizas el hecho, es una patada en la boca del estómago y no hace sino perjudicar a la propia Bildu, que pareciera que se torpedea a sí misma y al trabajo que ya digo está haciendo en muchos lugares, en el día a día de las cosas. No tiene ningún sentido, más allá de que luego la derecha quiera utilizarlo para recuperar vetos que durante tantos años les sirvieron para bloquear la realidad política y social de muchos territorios. Una decisión poco afortunada, que ayer al menos se enderezó algo con el anuncio que dieron los 7 excondenados por delitos de sangre.