Siempre he pensado que había que ver Sálvame. Como Gran Hermano o First Dates o Supervivientes o La Isla de las Tentaciones o cualquier otro programa del pelo. Una o dos veces al menos. Un rato. Para conocer esa parte del espíritu de los tiempos.

Unos tiempos que, según los estudios, empezaron en 1997, año en que también se publicó un manifiesto contra la telebasura con el resultado que conocemos. Aunque el término engloba realitys, tertulias, documentales, series y crónica rosa, amarilla y roja, así como prácticas que han contaminado otros formatos, el hito inaugural comúnmente aceptado fue una entrevista a Chábeli Iglesias en el programa Tómbola que esta abandonó al poco de empezar. La busco y es un ejemplo.

Ahora Mediaset retira Sálvame. No sé si ustedes han leído, porque tocaba o por elección propia, Rinconete y Cortadillo, pero estoy segura de que saben quién dijo aquello de Andreíta cómete el pollo o por mi hija (anteriormente citada), mato.

Lo digo porque que la redacción de Sálvame ha tenido que parecerse al patio de Monipodio en el momento en que este ilustraba a los dos aprendices sobre las tareas que deberían desempeñar si entraban en su cofradía: cuchilladas, palos, matracas, clavazón de cuernos, publicación de libelos, untos de mierda en las casas…

La picaresca es el arte de sobrevivir convirtiendo en recurso las limitaciones o errores o despistes o vanidades del resto e incluso las propias, que el formato ha usado también en su provecho. El riesgo de que colaboradoras y colaboradores se convirtieran en objeto informativo no ha sido el menor de los incentivos para una audiencia que ha aportado el deseo de contemplar vivisecciones teatralizadas.

Lo que venga cambiará el estilo, el tono y el colorido, pero me temo que el reparto de tareas no variará sustancialmente.