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A la contra

Jorge Nagore

Burbujas

BurbujasMohamed Siali

Ya metidos en harina, con esto del racismo, estaremos de acuerdo en que quizá racistas en el sentido estricto del término la gran mayoría no seamos o creamos serlo, pero que nos queda un largo trecho por recorrer en términos de acogida, comprensión y convivencia es algo que parece obvio, unos 30 años después del inicio más o menos de la llegada de las primeras oleadas de extranjeros en busca de una vida mejor. Las relaciones humanas, por supuesto, tienen siempre dos direcciones y todo lo anterior sirve para el sentido inverso, claro, pero creo que nos cuesta más a nosotros –en general– dar el paso de mezclarnos o cuando menos salir de nuestra burbuja social y económica. Esto, afortunadamente, ha cambiado mucho y hay muchas personas que ya lo hacen, pero quedan zonas, localidades y hasta barrios enteros en los cuales la presencia de inmigrantes es meramente paisajística.

Todos sabemos que cada uno de nosotros normalmente vivimos en un entorno más o menos reducido de personas iguales a nosotros, vamos a colegios donde los niños son similares a los nuestros, los padres similares, a clubes ídem y a bares y restaurantes y tiendas y eventos comunes. Esto es así, así que también es así –insisto en que hay excepciones, claro– en relación a las personas de todas las razas, colores y procedencias que llevan 30 años haciendo de esta tierra –con sus lógicos problemas y sus desajustes que no hay por qué negar–, un sitio más rico, diverso y en funcionamiento, aportando social, fiscal, económica y demográficamente un plus muy notable sin el cual a ver dónde coño estaríamos ahora. Así que racistas, ya digo, en el ordenador y así igual no somos o lo intentamos, pero que seguimos manteniendo las distancias y guardándolas creo que es el modo de funcionar más extendido. Interactuamos –algunos–, sí, pero hasta ahí. Por suerte, la mejor integración vendrá de los más jóvenes.