Lo que se llama Inteligencia Artificial ya está aquí. Como la primavera de Machado, ha venido y nadie sabe como ha sido. Nadie excepto quienes la han traído. Uno de esos grandes avances tecnológicos que nos invaden periódicamente de golpe y portan en la mochila de sus posibilidades un inmenso campo de innovaciones y transformaciones en las sociedades de este siglo XXI. Aunque vistos hechos anteriores, sin duda lleva ya tiempo experimentando con nosotros sin enterarnos mucho de ello.

Hoy DIARIO DE NOTICIAS celebra una nueva edición de Encuentros DNN –uno de nuestros espacios de debate y reflexión junto al Foro Hiria que tratan de analizar y comprender mejor los desafíos y oportunidades de este tiempo–, con el objetivo de profundizar sobre uno de los avances que está abriendo las puertas a un futuro de posibilidades sin precedentes. Me sirve para estas letras la Filosofía, en concreto ese duro reconocimiento de la limitación humana que Sócrates definió muchos siglos atrás en su reflexión de solo sé que no sé nada. Esto es la asunción humilde de que no sé lo suficiente para conformar un criterio que me permita opinar con un mínimo de garantía sobre ello. Hay opiniones para todos los gustos que se mueven entre los augurios más negativos hasta los más positivos. He citado la Filosofía porque pertenezco a una generación en la que el conocimiento y la cultura resultaban objetivos fundamentales en la formación del ser humano. Y la filosofía, las matemáticas, la biología, la física, la literatura, la sociología o la química eran pilares fundamentales.

Tengo la clara impresión de que esos pilares poco a poco han ido sido desplazados hacia una modelo utilitarista e individualista de la educación que deja el control del saber en pocas manos. De los pocos que, en esta realidad de poder y riqueza hiperconcentrados, dirigen las herramientas que activan en una dirección u otra las capacidades de los progresos tecnológicos en todas sus dimensiones. La deriva de las redes sociales o la telefonía móvil creando generaciones de analfabetos funcionales son un ejemplo. Dice Daniel Innerarity, uno de los intelectuales que lleva tiempo reflexionando sobre Inteligencia Artificial, que hay dos posiciones sobre el tema, a primera vista contrarias: los tecnopesimistas y los tecnoentusiastas. Siempre me he definido como un optimista mal informado y en este caso me considero por ahora un escéptico inquieto.

Me resulta inquietante tanto potencial tecnológico en unas pocas manos que mueven los hilos, pero de las que desconocemos a quien pertenecen y qué objetivos tienen más allá de la acumulación de riqueza y el control de las sociedades. He hecho una prueba con Chat GPT en un ámbito del que creo tener algún saber y el resultado ha sido deplorable. Quizá utilicé mal la herramienta, pero nada de lo que me ofreció tenía mucho que ver con la realidad ni la verdad. Y eso es inquietante, porque en la nebulosa que es aún la Inteligencia Artificial no puedo dejar de entrever un paso más en esa batalla entre libertades y derechos y el autoritarismo que se les opone con la excusa de la seguridad. Puede ser una puerta abierta a un mundo nuevo apasionante o a otro más inquietante y distópico todavía que este presente. ¿Es democratizable la Inteligencia Artificial? No lo sé. Hay muchas incógnitas abiertas.