La televisión sin escrúpulos, el modelo audiovisual para el que todo vale si reporta expectación, ha perdido su producto más abyecto. El estercolero de Sálvame ha cerrado porque tras 14 años de vertido diario no les cabía más basura (había colmatado).

Sin embargo, algunos críticos han ponderado el programa como fenómeno social. Vamos a ver. Si tan relevante era, ¿por qué los nuevos gestores de Telecinco, sucesores de Vasile, han decidido suprimirlo? Yo se lo digo: porque les daba vergüenza comenzar la renovación de la cadena teniendo como icono un espacio cuajado de cotillas, vocingleros, soeces y figurines. Y esta purga tiene un coste inicial en audiencias.

El paro aumentará en Madrid tras la liquidación del estercolero. Belén Esteban, Matamoros, Patiño, Jorge Javier y la numerosa tropa sin oficio ni beneficio que se refocilaba en el fango del comadreo español ya están a la cola del INEM y el reciclaje. Y su productora, La Fábrica de la Tele, presentará un ERE contundente. ¡Que ninguno de los traficantes de intimidad vuelva a las pantallas con su veneno! Menos mal que nuestra Adela González, tristemente implicada en el último año de la letrina, se rehabilita con su regreso a los informativos de La Sexta.

Solo los candorosos creen que con el cierre de Sálvame se acaba la telebasura. Ha caducado su más fétida experiencia; pero seguirán Bertín y sus casposos invitados, regresa Gran Hermano con Ion Aramendi de rastreador de la bazofia Emma García mantendrá su tóxica Fiesta. Está por ver hasta dónde llegará por las tardes la sangría de verano de Sandra Barneda y desde septiembre Ana Rosa Quintana, salteadora de novelas ajenas, llenará su plató de nuevos reptiles. Ese fue el mensaje de la grotesca despedida de Sálvame: bajo otro disfraz y apariencia ligera, continuaremos.