No está muy placeado y por tanto tampoco es muy conocido. Pertenece a ese tipo de toreros que cruzan el charco desde México para, literalmente, a por todas en España. Lo que sí tiene Isaac Fonseca es un currículum que va haciendo en España. Viene de ganar la Copa Chenel y lo hizo pagando su tributo con una sangre que ayer todavía estaba fresca en sus heridas. En alguna ocasión se le notó, en la forma de caminar, por ejemplo. Pero él va hacia adelante. Quiere ser torero y por eso va a por todas. Su repertorio, además, es muy adecuado para ese público de Pamplona que se pasa la corrida esperando que, quizás, pueda haber algo que le haga tilín más allá del kalimotxo.
Pues ese algo, ayer, se llamó Fonseca, y, paradojas de la vida, su torero mana de manantial bullicioso. Es difícil que el sector del sol no se fije en quien abre su primera faena de hinojos, plantado en los medios, cambiando el pase a toro lanzado; en quien aguanta tornillazos en la embestida estando en muchas ocasiones a punto de; quien receta largas cambiadas así salta el toro al ruedo; en quien mira y remira al tendido mientras se pasa al de negro por allá por donde aprietan los retortijones. Se metió Fonseca el barullo en el bolsillo y ya sólo había ojos para él, salvando las distancias que esto es Pamplona. Adornado entre serie y serie, provocando en el cite es menester, ciñéndose al toro mientras homenajea a Manolete, y entrando a matar más tieso que una vela y, como reza el dicho, matando con la mano izquierda. Con la puerta grande de ayer, Fonseca hace honor a todo ese elenco de toreros de allende mares que viene aquí a eso, a partirse la madre, que es algo tan mexicano y tan de machos. No acompañó el talante de los de Cebada que fueron todos mansotes, con las caras por arriba, desinteresados en los petos, discontinuos uy cortos en sus viajes y embestidas. Aun así, primera puerta grande para un torero que sabe que quiere serlo.