Carmen Cervera, aka baronesa Thyssen, aka María del Carmen Rosario Soledad Cervera y Fernández de la Guerra, Freifrau von Thyssen-Bornemisza de Kászon et Impérfalva (para los amigos) envió una carta contra la tala de árboles en la Plaza de la Cruz de Pamplona con motivo de la construcción de un aparcamiento subterráneo. Aparcamiento auspiciado por la muy noble, muy leal y muy de derechas alcaldía de la capital navarra, en manos de Unión del Pueblo Navarro y cierra España. Ya que los árboles no son vascos (la mayor neura de UPN), sospecho que tras tanto empeño en esa masacre vegetal sólo puede haber tres razones: dinero, dinero y dinero. En ese orden.

Pese a mi tirria hacia la aristocracia, encuentro que el apoyo de la señá Cervera a unos seres grandotes pero indefensos, es de agradecer. Y, por otra parte, es curioso que poner a la vieja Iruña bajo los focos precise de una aristócrata con museo propio y un santo bronceado por las velas que bendice unas fiestas tan desaforadas que -de vivir hoy- aquellos romanos de circo y orgías abrazarían en bloque el cristianismo y la fiesta sin igual… Riau Riau.

Más, pero no menos importante, la tiíta Cervera desmonta el mito de que la sangre azul obliga a ser plenamente imbécil. Porque la sangre azul, sencillamente, no existe. Y tampoco es nada nuevo. Ya en 1789 los franceses demostraron con la guillotina (experimentos crueles y rudimentarios, pero concluyentes) que la vieja leyenda de la diferencia de color sanguíneo no era sino otra patraña entre muchas. Y como corolario y coronario, va la prueba aportada por el más veterano miembro, nunca mejor dicho, de Chez Borbón.

Al parecer, el emérito Juan Carlos I ha puesto en venta sus propiedades en Cataluña, a fin de que el dinero resultante sea heredado por sus hijitas del alma. ¿Pasión de padre? Es posible, pero yo no confiaría ni harto de garrafón en las volátiles pasiones de este tipo. Porque, aunque haya jurado cientos de veces su amor eterno a España y olé, la operación estaría encaminada a que la Hacienda de todos sus adorados españoles no vea ni un euro de ese dinero. El método es simple: la niña Cristina reside en Suiza, exenta de tributar aquí; la niña Elena mora en Madrid, pero Froilán (el Paquirrín de la familia) en Abu Dabi, con lo cual mami podría ser administradora legal de la pasta sin pasar por ventanilla. Y Felipe VI se evitó cualquier posible pella fiscal renunciando en su día a la herencia paterna. Bien jugado, sí.

Pero lo dicho: queda claro que, incluso si la sangre fuera azul, el riego del cerebro funciona correctamente hasta edades provectas.

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