Ídolos de infancia. Un niño de diez años, portero como su hermano menor en equipo escolar, cumplía su sueño de ver de cerca a Unai Simón, guardameta del Athletic y de la selección. Su asiento de socio está detrás de la portería del Fondo Norte del Sadar. Disfrutó durante el calentamiento. Esa tarde, Simón estaría en el banquillo. Se hizo notar y el portero se comprometió a llevarle su camiseta azul con el número 1 al término del encuentro. Prometió y cumplió, a pesar de que la sabiduría materna había preparado al crío de un posible y razonable olvido. La emoción del chaval, indescriptible e inolvidable. La anécdota activó dos recuerdos en mi memoria. Por orden cronológico. El primero, propio. Admiraba a Carmelo Cedrún, mítico portero del mismo equipo rojiblanco. Conseguí de mis padres que nos apuntáramos a un viaje en grupo a Bilbao con motivo de la visita de Osasuna. El viaje de vuelta fue una tortura: la niebla en el puerto de Barázar hizo que el conductor del autobús nos previniera de riesgo de accidente por escasa visibilidad. Eso tampoco se olvida. Estábamos, pues, detrás de una de las porterías y las llamadas a gritos al cancerbero lograron su atención. Al tiempo, llegó a mi domicilio del Casco Viejo (6-Agosto-1958) una carta con una foto de Carmelo y dedicatoria manuscrita. Conservo la foto y el sobre. El otro recuerdo es paterno. Mi hijo jugó de portero en pista y campo y desarrolló una extraordinaria simpatía y admiración por Andoni Zubizarreta, ya en el Barcelona. Un armario guarda la camiseta conseguida por gestión de Miguel Sola, entrenador del chaval y excompañero de Andoni, y mediación de Juan Carlos Unzué, amigo de Sola y entonces suplente de Zubi. La mirada infantil ante el trofeo conquistado, un regalo para mi retina. A temprana edad le introduje en una llegada al hotel de Pamplona donde se hospedaba el equipo culé. Miró, calló y sintió.

Como prometían Tip y Coll: “El próximo domingo hablaremos del Gobierno”.