Este pasado domingo, la propia sociedad argentina se sorprendía ante el triunfo en las primarias del autodefinido como “anarcocapitalista” Javier Milei. Su victoria en una votación de primarias y que, por tanto, define candidatos sí sirve como termómetro, como fotografía de esos siete millones de personas a los que su discurso, en muchos puntos incluso extravagante –ha llegado a defender la regulación de la venta de órganos–, ha servido para evidenciar su enfado, su hastío. Pero, más allá de la lectura interna de la victoria de Milei –no menor teniendo en cuenta su impacto en la economía, con una devaluación del peso del 22% frente al dólar y una subida récord de los tipos de interés, hasta el 118%–, el fulgurante y sorprendente ascenso del candidato de la ultraderecha viene a engrosar el preocupante panorama internacional de un populismo ultraderechista que sigue logrando capitalizar el descontento de amplias capas sociales. De la escuela de Le Pen, Trump, Abascal, Meloni, Orban o Bolsonaro, Milei forma parte de esos políticos prestos a ofrecer presuntas soluciones fáciles a problemas complicados. Tras el revelador e incluso sarcástico nombre de La Libertad Avanza, Milei sigue el guion conocido de esta manera de hacer política: en contra del aborto, es partidario de liberalizar la posesión de armas y de bajar la edad de imputabilidad penal, considera una “farsa” de la izquierda el cambio climático, defiende la dolarización de la economía argentina, demoler el Banco Central y ha prometido pasar una “motosierra” por el gasto público. Un discurso que le ha llevado a hacerse eficaz catalizador del voto de protesta en un país que lidia con una delicada situación económica en la que la inflación se sitúa en el 115%, con previsiones de que pueda cerrar el año en el 150%. Así, promete una “revolución liberal” que ponga fin al “modelo de la casta, basado en esa atrocidad que dice que donde hay una necesidad, hay un derecho, pero se olvida que ese derecho se tiene que pagar”, una manera muy alambicada de dejar en el alero el concepto de justicia social en su esquema socioeconómico ultraliberal. La normalización de la ultraderecha en política ha llegado a tal punto que la AfD lograba el pasado julio hacerse por primera vez con una alcaldía en Alemania. Lo que demuestra que este fenómeno no es menor y que la política tiene ante sí el reto de dar respuesta desde los valores demócraticos a una sociedad, en muchos casos, decepcionada.