Las temperaturas extremas que hemos sufrido a mediados de esta semana han vuelto a poner en primer plano la amenaza del cambio climático. Mientras millones de personas aprovechan el estío para la huida vacacional como vía de desconexión de su rutina laboral, el calentamiento global asoma con síntomas cada vez más preocupantes, ofreciendo una imagen contradictoria que contrapone la despreocupada vida veraniega de la mayoría de la población a las evidencias del fenómeno en forma de calores históricos o episodios meteorológicos extremos.

El pasado mes de julio se convirtió en el más cálido a nivel global desde que se tienen registros, con una temperatura promedio de 16,95 grados centígrados, 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales. Es este, precisamente, el límite en el que se quiere contener el calentamiento global, un objetivo que fue establecido por el Acuerdo de París de 2015 y con el que se han comprometido la práctica totalidad de los países del mundo. Pese a que las pruebas se acumulan y pese a que las advertencias de la comunidad científica son cada vez más sólidas y apremiantes, el negacionismo progresa a lomos de posiciones políticas extremas con probada capacidad de penetración social. Es un negacionismo ciego que obstaculiza el trabajo en común y que distorsiona el mensaje contra esta amenaza planetaria.

El último ejemplo es el del ultra Javier Milei, que ha triunfado en las primarias presidenciales de Argentina culpando a la izquierda de engendrar una falsa alarma con este asunto. El mundo se encuentra ante una encrucijada y de cómo enfrente este desafío dependerá la calidad de vida que heredarán las generaciones futuras. Es un hecho que se están tomando medidas para reducir las emisiones de gases contaminantes y que se están transformando los procesos productivos de las economías para hacerlos más sostenibles pero, asumido que el cambio climático es una realidad irreversible, de lo que se trata aquí y ahora es de la radicalidad de las medidas que hay que adoptar y de la velocidad para su implementación. El calentamiento global es un hecho inevitable pero la mayor o menor gravedad de sus efectos dependerá de la valentía y determinación con la que se actúe en el presente. El riesgo de acercarnos a un escenario de no retorno aumentará si la transición a ese escenario de descarbonización de la economía sigue lastrada por el modelo energético causante del calentamiento.