Clara Galle, actriz navarra, estuvo el otro día en El Sadar viendo al Sevilla invitada por el club, que tomó fotos de ella con el presidente Sabalza. En las fotos, se veía que Galle, de 21 años, llevaba una camiseta y no llevaba sujetador, con lo que sus pezones resaltaban sobre el tejido. Nada del otro jueves a estas alturas de la película. El jaleo surgió en redes sociales y en comentarios en los medios que reprodujeron las imágenes, donde los clásicos trogloditas hicieron bromas del típico mal gusto acerca del asunto, demostrando lo que ya se sabe: que mucha gente está sin que le hayan puesto aún las herraduras. El tema es que Galle luego respondió a los comentarios, de una manera bastante educada –“Nunca he visto tal masacre cuando cualquier jugador de cualquier equipo se quita la camiseta en el césped”, dijo, entre otras cosas–.

No han tardado en llegar desde distintos lugares apoyos a Galle y críticas a los trolls, incluso planteando que igual lo mejor es no hacer caso y que se consuman en su propia idiocia. Yo quiero ir más allá, porque he leído por ejemplo lo que le decían en X –antes Twitter– y el 100% de los comentarios faltones o idiotas llegan de cuentas que no muestran el nombre real del autor. Esto es una lacra que hay en las redes sociales y en muchos medios digitales y que nadie se atreve a parar, porque los anónimos son la base de la inmundicia y por tanto de muchas visitas, clicks, comentarios y movimiento, en ocasiones en mucha mayor medida que las personas que sí dejan su nombre y apellidos reales. Siendo anónimo, puedes poner lo que te dé la gana y ni siquiera tiene por qué ser faltón, basta con ser crítico con algo o alguien. Tu responsabilidad es cero, no estás al nivel de riesgo de quien sí pone su cara y su identidad y te lo permiten. ¿Qué más quieres? Mientras siga habiendo barra libre, habrá de esto, con unos pezones o con lo que sea.