Después de un largo verano, parece que hemos entrado en tiempo otoñal. Veremos si dura, pero justo ahora que calienta menos y oscurece antes me topo con un reportaje sobre despedidas de solteros, una actividad que siempre vinculo al calor de un fin de semana y al asquito que me provoca. Que conste que no me refiero a una buena juerga con los amigos (aunque aún, mayoritariamente, celebren chicos por un lado y chicas por otro) en la que comes y bebes y hablas y bailas y lo pasas estupendo y no fastidias a nadie.

Se trata más bien de ese desfile callejero de novios gritones vestidos de faralaes, de burro o del Madrid porque son muy culés y de novias que se pasean ataviadas de enfermera sexi, unicornio o de princesita y van escoltadas por las amigas que lucen diademas de pene en la cabeza. Siempre me quedo con las ganas de preguntar por qué se han dejado hacer ese horror y si, de verdad, están cómodos/as. Creo que no y de ahí que las despedidas se hagan en una ciudad que no es la de los contrayentes y de ahí que el Ayuntamiento de Pamplona deniegue todos los permisos a estas cuadrillas para que, al menos, no les acompañe una charanga. Además, yo apostaría por prohibirles los puñeteros megáfonos y las sirenas que atruenan y resuenan de manera creciente conforme la noche avanza...