En un nuevo Día Mundial contra el Cambio Climático vale recordar que hace casi cuatro años que el Parlamento Europeo aprobó declarar la situación de “emergencia” en el planeta Tierra. No fue nada alarmista. Más bien, fue una posición que llegaba ya entonces tarde. En este tiempo se han sucedido las cumbres sobre el clima de Madrid, una cumbre internacional convocada por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, celebrada de forma virtual debido a la pandemia de covid-19 con la participación de más de 40 presidentes y primeros ministros así como de líderes de sectores económicos y medioambientales, la Cumbre del Glasgow y en noviembre del pasado año la 27ª Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

En todas ellas, ha habido importantes compromisos que han asumido decenas de países de todo el mundo, sin embargo los avances para detener el deterioro ambiental de la Tierra son mucho más lentos que los efectos reales del cambio climático. Se busca ir más allá de constatar las amenazas de un calentamiento global que ya está acreditado e insistir en la necesidad de impulsar y sobre todo aplicar las medidas para contenerlo, pero las expectativas siempre quedan muy por detrás de los acuerdos, cuyo cumplimiento es además siempre insuficiente. De hecho, el empeoramiento constante y creciente de los efectos del cambio climático está afectando la vida de miles de millones de personas en todo el mundo. Aproximadamente 3.600 millones de personas viven en zonas vulnerables al cambio climático y más de medio planeta sufre sus consecuencias más devastadoras.

En realidad, aquí en Navarra también son evidentes esas consecuencias. Las sequías de los últimos años, los incendios –el pasado año ardieron 12.530 hectáreas–, las lluvias cada vez menos y más tormentosas y torrenciales, la modificación del modelo estacional hacia un sistema más dual, el deshielo de los glaciares del Pirineo, el calentamiento de las aguas de Cantábrico y el avance del mar comiendo terreno a la costa año a año... hechos que afectan y erosionan la tierra y tienen consecuencias en las cosechas, los bosques, el agua, la agricultura y la ganadería locales. La realidad es que se suceden las cumbres, informes y advertencias científicas, pero los datos apuntan a un futuro medioambiental y por tanto de vida peor en la Tierra. Se enumeran medidas para cambiar el modelo económico basado en el crecimiento desaforado, el consumismo ilimitado y la acumulación de capitales, pasos imprescindibles para frenar el cambio climático y se habla de economía circular, soberanía alimentaria, energías renovables o medidas contra la deforestación del planeta, pero todas ellas tienen adversarios con una capacidad de oposición e influencia dura y poderosa.

Para empezar nuestra propia la mentalidad, reacia a modificar nuestros hábitos de consumo, tanto energético como alimentario o de reciclaje, por ejemplo. En esos debates de profundo calado, pero de resultados estériles se van los años y continúa la degradación del planeta de manera cada vez más irreparable. Fallar en la batalla contra el cambio climático es una “sentencia de muerte” no sé si del planeta Tierra en su conjunto, pero sí de los humanos como especie. El camino actual es un camino sin retorno para nuestros hijos e hijas.