Nos gusta poco hablar de dinero, en general. Me refiero al dinero que tenemos. Cuesta decir lo que ganamos, lo que ahorramos, lo que debemos y hasta lo que pagamos por las cosas en un mundo ya global, en el que casi nada vale lo que cuesta y todo cuesta cada vez más. Pero el dinero de los otros, ese es otro tema. Más jugoso. Ahí sí entramos. Hablar de lo que tienen o tendrán, de lo que ganan o dejan de ganar, de lo que derrochan o ahorran los otros. Casi siempre especulando, porque cada una conocemos nuestros ingresos y pocos más. Pero cuando tenemos oportunidad de asomarnos a esas cuentas ajenas no lo pensamos.

Ocurre con los sueldos de los cargos públicos, que se convierte en noticia lo que no debería ser, más allá del control y transparencia a la que deben someterse. Y ocurre cuando salen datos como los publicados en el Atlas de Distribución de Renta de los Hogares del INE, que nos permiten ver de un vistazo cual es la media de ingresos por ciudades, por pueblos, por calles y casi hasta por portal. No llegamos a entrar en cada casa pero esa radiografía saca a la luz las desigualdades que hay en nuestra sociedad y con las que convivimos puerta a puerta. Que unas zonas tengan unos ingresos medios tres veces por encima de otras, da que pensar lo lejos que estamos unos de otros, porque hay una distancia social mucho mayor que los kilómetros que nos separan.