Antes de escribir determinados textos suelo darme un tiempo para no caer en el error de echarme al ordenador llevado por un mosqueo puntual. Si, sin embargo, lo que causa ese mosqueo sigue sucediendo de manera periódica, finalmente me animo y lo plasmo, a pesar de que sepa que la guerra gorda es otra. La guerra gorda en Pamplona en movilidad es el coche. Eso es obvio. Hay que plantar la mayor cara posible a esa realidad y llevar a cabo políticas que sirvan para que los ciudadanos nos movamos más en transporte público, bicicletas, patines o, por supuesto, andando. Hasta ahí, correcto. El problema –o uno de ellos– es que dando por descontado que la gran mayoría de los usuarios de bicicletas y patines son conscientes de qué llevan entre manos, no es menos cierto –y negar la evidencia es peligroso– que siguen existiendo comportamientos o maneras de entender la propia movilidad que no tienen un mínimo de eso que se llama urbanidad, decoro, cuidado o respeto hacia los demás.

Yo, que uso mucho mis piernas para desplazarme sin usar vehículo alguno, soy casi diariamente o testigo o directamente sufridor de situaciones en las que si no estás con 100 ojos se te lleva por delante una bici que viene por el carril bici como Pogacar, un patinete que sale de una bocacalle peatonal a 25 por hora, una eléctrica que se te echa encima porque la usuaria se cree que tengo ojos en el culo y vivo para oír cómo viene por detrás –por caminos peatonales entre jardines y parques– y numerosos ejemplos más. Es obvio que peatones y estos usuarios tenemos que aprender aún más si cabe a respetar al otro y a que tenemos que compartir espacios, pero algunos no han comprendido que los más invadidos y los más en peligro somos los peatones, mientras algunos circulan con sus bicis o patinetes como si estuviesen solos por la ciudad. Coño, no hagáis a los demás lo que muchos coches hacen a los ciclistas.