Y entretanto, más allá de la investidura de Sánchez, de la cara de pasmao de Felipe de Borbón, de la inútil guerra de Sumar y Podemos y del grupo de militares vejetes alentando un golpe de estado militar, ya han sido asesinados casi 40 periodistas en apenas seis semanas en Gaza entre las más de 11.000 víctimas palestinas, Polonia ha vuelto a prorrogar la prisión preventiva al periodista Pablo González con lo que cumplirá dos años, los mismos que dura la ahora olvidada guerra en Ucrania, en la cárcel sin juicio, sin acusación ni pruebas y casi incomunicado. Y asistimos al acoso y agresiones verbales de la jauría ultra a los periodistas que cubren las algaradas callejeras de estos días en Madrid. Se trata de eliminar el derecho democrático de la ciudadanía a la información. De imponer la desinformación, la mentira y la propaganda dirigida a la verdad, la información y el ejercicio libre del periodismo, que debieran ser exigencias democráticas mínimas e irrenunciables. Cualquier excusa es buena. Sin olvidar que los casos de persecución, asesinato, cárcel o exilio de periodistas se expanden por todo el mundo. Al menos, digámoslo. No es casual la persecución global del periodismo ni el asalto al control de los medios de comunicación. Se puede escribir una reflexión casi interminable sobre los sucesivos ataques políticos y judiciales a medios de comunicación, también desde aquellos sistemas que se definen como democráticos.

Insistamos en denunciar que la libertad de prensa corre peligro, aunque no sea nuevo. Ni siquiera reciente. Desde hace tiempo no es ya solo un problema de las organizaciones políticas o de los gobiernos, ejércitos y empresas que vetan o persiguen a quienes simplemente no cuentan aquello que esos poderosos organismos quieren que se cuente, es un problema propio de la profesión periodística. Demasiados silencios. No es un paradigma exclusivo de las dictaduras o de las democracias en retroceso hacia regímenes autoritarios. En la misma Europa democrática, se sigue tratando de anular el derecho a la información, el derecho a saber de los ciudadanos y ciudadanas, con todo tipo de medidas de presión y control de los contenidos informativos, ya sean informaciones, opiniones, análisis, fotografías o imágenes. La democracia es cada día más imperfecta y menos plena y los retrocesos en la salvaguarda del derecho a la información muestran un panorama desolador.

El cáncer de la censura, la manipulación y el control férreo de la información se ha extendido ya a buena parte de las democracias. La prensa libre nunca ha tenido un presente fácil, pero la cosa va a peor. Pese a todo, publicar la verdad es la clave para que una democracia sea plena. Y ese es el problema hoy, que la credibilidad de la UE y EEUU en la defensa de los valores democráticos y los derechos humanos como argumentos justificativos de su intervencionismo internacional hace tiempo que quedó enterrada en el descrédito de sus hechos. O en las matanzas de civiles inocentes bajo esos mismos supuestos principios que en realidad son una mera excusa para arrasar con los recursos naturales de esos territorios. No vale de nada esconderse en eufemismos. Detrás de toda la violencia geopolítica actual están los grandes intereses económicos enterrando la democracia y los derechos humanos. También en Palestina o Ucrania.