Que ocho fuerzas tan diferentes se pongan de acuerdo para construir un proyecto en común, que dejen a un lado sus diferencias y especificidades territoriales para mirar por el interés común, sólo puede tener una lectura positiva. Decir lo contrario es negar la convivencia y no reconocer esa pluralidad que otorgan las urnas. Deslegitimar este acuerdo es no respetar al contrario, no creer en la vía del diálogo y la negociación. Tan nacionalista es el que defiende la unidad de la nación como el que reclama el derecho de autodeterminación para su territorio. Todos los pactos son válidos, pero el avance es que estos sean precisamente transversales.

Con el inicio de este Gobierno en coalición gana ante todo una forma de hacer política valiente frente a los discursos de odio, crispación y recentralización de PP, Vox y UPN. La fractura política que supuso el procés se convirtió en una ruptura social por bloques identitarios dentro y fuera de Catalunya. Entre otras cosas, porque se ha demonizado políticamente a quien piensa diferente, sobre todo si pretende elegir el centro de decisiones de la sociedad en la que vive. Y eso se exporta a la calle. Y aquí, en Navarra y en la CAV hemos tenido ejemplos de apartheid. Al margen del pacto económico con Junts y ERC, no sé si Sánchez logrará persuadir a muchos catalanes de que “España es un buen país para ellos” pero el compromiso es un referéndum de autodeterminación, algo que no debería sorprender a ningún pueblo ni a sus representantes en una democracia. Como decía Rufián, lo que verdaderamente rompe España no es la amnistía es tener 40 años y vivir en un piso compartido.