La política no es teatro, como dicen sus enemigos; pero es escenificación pública desde que existen los medios audiovisuales. Hace muchos años, según Foucault, la política era “la guerra continuada por otros medios” y ahora es una contienda “por los medios”, pues son canales globales y multiplicados hasta el infinito. Mientras las palabras sustituyan a los disparos, vamos bien. Lo malo es que ultraderecha y la derecha han pasado a los hechos y en algunos casos a la kale borroka y el asedio a sedes de partidos. ¡Cuánto sabemos en Euskal Herria de este sufrimiento!

Las dos jornadas de la investidura, seguida en vivo por no menos de cuatro millones de espectadores, han sido previsibles en su formato. Y lo que son las cosas, la mitad ha visto una historia con final feliz y la otra mitad un suceso amargo. El bueno de unos es el malo del bando rival, y al revés. No, la política no es teatro, donde los sentimientos son comunes. Cada cual llegaba con su relato, escrito de antemano. Acaso podría tener algo de drama shakesperiano en la lucha por el poder, los odios, las envidias, las traiciones, incluso alguna sorpresa, como la mujer que desde el palco llama hijo de puta a uno de los actores y luego lo niega, bellacamente.

El protagonista era humano, pero no de carne y hueso, la radiante amnistía, que, enmendando la represión liberticida, honra a los catalanes que llegaron a atravesar los límites de un Estado surgido del detritus de la dictadura. La amnistía sublima la memoria del 1 de octubre de 2017. Paradojas de la vida, el día en que Feijóo y Sánchez se zurraban sin piedad, la Lotería presentaba su anuncio de Navidad con el lema de “No hay mayor suerte que la de tenernos”. Hombre, no parece que uno y otro se tengan mucho, salvo rabia y rencor. En fin, es España.