Decimos ir de farol o marcarse un farol cuando alguien se refiere a algo que es más o menos mentira pero dicho con apariencia de verdad, con la intención de distraer la atención del resto y desviarlo de lo importante. Así que bien podría encajar con lo visto ayer en Iruña, tras el éxito popular de la iniciativa, copiada de Baiona, del lanzamiento de farolillos para dar rienda suelta al tiempo de Navidad (los 4.000 farolillos gratuitos se agotaron en menos de media hora). Estéticamente la foto ahí queda. Tiempo habrá de criticar o no la iniciativa y de ver si con el tiempo se convierte en tradición o se queda en una anécdota.

Lo cierto es que Cristina Ibarrola “fue de farol” y consiguió lo que quería, desviar por unas horas la atención de su gestión y volcarse en esas luces lanzadas al cielo, que seguro llevarían más de un deseo dentro, también el suyo, quizás el retraso de la moción de censura que tantas vueltas está dando y que a estas alturas es de esperar que, eso sí, no sea un farol. Ibarrola ha llegado a Navidad, tras del Chupinazo sanferminero y con un otoño tan caliente como el verano en cuanto a su gestión, con muchos frentes abiertos y con los presupuestos de Pamplona de nuevo en el aire. Iruña tiene estos días otra imagen, la de la luces navideñas pero solo por fuera, porque por dentro, es como si la política municipal estuviera a ciegas, tan inestable como esos farolillos, a merced del viento que sopla.