La versión mini de Eurovisión se celebró el pasado domingo y usted, como tantos otros (8,1% de audiencia), ni se enteró. Alguien en Europa está convencido de que los niños se van a la seis de la tarde a la cama y programaron, un año más, el circo de colorines, canciones y ropajes imposibles, a las cuatro de la tarde para acabar, dos horas después, con la enésima victoria de Francia y el segundo puesto de la representante de TVE, Sandra Valero, en este curioso concurso cantarín en el que gana el que más ganas tiene porque los países pueden votarse a sí mismos, no como en el hermano mayor que solo puedes apoyar a la competencia.

Por el escenario de Niza vimos, como cada año, a las niñas vestidas de princesas Disney y a los chavalines de macarras y para salir del tópico algunos críos con el uniforme del cole o el traje regional de su pueblo en versión fosforito. Eurojunior, que desde hace un tiempo ha alargado su nombre a Eurovisión Junior como Eurodisney pasó a ser Disneyland París para darle más empaque, volvió a deslumbrar a la audiencia no por el espectáculo en sí, más de lo mismo, pero sí por los colores vivos del vestuario de los críos y la dichosa escenografía, todo a la vez, capaz de dejar tieso a un pokémon.

En Amazon, al menos te avisan al empezar Operación Triunfo de que a los espectadores fotos ensibles les puede dar un telele con los focos y los colorines. Aquí no, Eurovisión Junior va a saco todos los años y sin repartir gafas de sol entre su audiencia para soportarlo. Tampoco tapones.

La prueba la vimos en Amir, el sobrio representante eurovisivo de la France en 2016, al que disfrazaron de ficha roja de Parchís para animar el cotarro a la hora de votar y descansar de tanto criajo cantarín con ego por las nubes. El hombre se acercó por allí a cantar la misma canción que hace siete años pero con trozos en castellano e inglés y el habitual tema nuevo en una especie de parque infantil improvisado en el escenario con el resto de las fichas del tablero (los bailarines) dando brincos.

A modo de sandwich, los chavales hicieron las veces de pan sin corteza, cantando todos juntos a los héroes, el tema de este año, y después a la paz, como en un certamen de mises, con la chavalería vestida de blanco para que nos dejaran de sangrar los ojos.

Al final, ya saben, ganó Zoé Clauzure, la niña francesa que empezó su canción tocando un piano rosa con forma de corazón para luego subirse en él para ofrecer, además de una buena canción, una de las mejores y más diferentes puestas en escena mientras su competidores seguían imitando a la otra niña francesa, Valentina, que ganó en 2020.