Pasa el abuelo y su nieta. Muy pequeñita, con un gorro azul: Yo quiero saber bailar. Ya sabes. No sabo. Qué graciosa, no tendría ni dos años. Estamos Lucho y yo en el Torino y le digo: Así es la vida, Lutxo. Tú te sientas en la plaza de tu pueblo y el mundo pasa ante ti. Para que lo veas todito. El mundo quiere que lo veas. Y las niñas quieren bailar, claro. Como todos. Todos queremos bailar. A todos nos habría gustado bailar más, claro. Que somos marionetas bailando sin fin en la cuerda del amor, ya lo sabemos. No obstante, puestos a bailar, hay muchos que dan pena. Yo el primero, Lutxín, viejo gnomo. En fin, estamos un día más ahí, como decía, esperando sin prisa a la muerte, y le digo: Parece que ya se va a acabar otro año. Y Lucho se pone serio y dice: Sí. Y así va transcurriendo la mañana. No obstante, el año se acaba: eso es verdad. El 2023 está llegando a su fin. Han pasado muchas cosas. De todo tipo, creo. Cada cual se acordará de unas pocas y olvidará muchas otras. Ahora bien, para mí, este año no ha estado mal, me temo. Estuve en la feria de Madrid, Lutxo. En el Retiro. Firmando libros con los famosos. Firmé uno. Podré olvidar muchas cosas, claro, pero ese momento no lo olvidaré nunca. Para mí es como hacer cumbre. Naturalmente, albergo la sospecha de que fue mi editor el que, a mis espaldas y con astucia, sobornó a algún amable viandante para que me pidiera ese autógrafo. Pero no me importa. Lo hecho, hecho está. Además, aunque así fuera, lo único que eso significaría es que mi editor se preocupa por mis sentimientos. ¿Te das cuenta de lo que te estoy diciendo, Lutxo? ¿Te imaginas la clase de editor que tendría que ser ese? Un editor que se preocupa por los sentimientos de un poeta que no vende un peine. Eso, ¿qué es? ¿No decían que el mundo se había ido a la mierda? Y las niñas pequeñas aún quieren saber bailar. Al mundo le queda cuerda para rato, Lutxo. Te lo digo yo.