Me pregunta un amigo, supongo que debido a mi condición de periodista, cuál es el hecho más destacable en este intercambio de un año a otro. Como la profesión de periodista no otorga afortunadamente ninguna capacidad especial para alcanzar esas supuestas verdades absolutas que en realidad no existen, le cité la normalidad amoral con la que estamos asistiendo a un genocidio y a una limpieza étnica planificados de antemano y ejecutándose por encima de todo tipo de leyes y derechos impunemente. Comenzó 2023 con la guerra activa en Ucrania, además de otras infinitas guerras olvidadas y perdidas por el mundo, y ha concluido con una matanza de palestinos en Gaza.

El asesinato ahora en Beirut del dirigente de Hamas Saleh al Aruri con un ataque de dron de Israel y la masacre terrorista en Irán de indisimulado mismo origen abren la puerta a la extensión de la guerra no solo al Líbano, sino a todo Oriente Próximo. Una espiral de consecuencias imprevisibles. Quizá es lo que se busca en esta escalada geopolítica en marcha desde hace unos años. Una sucesión de crisis económicas, sociales, migratorias, sanitarias, climáticas, alimentarias, energéticas... a las que la política democrática tradicional no está siendo capaz de buscar soluciones efectivas para sus repercusiones más humanas y sociales, con millones de personas en todo el mundo condenadas a la angustia constante ante la incertidumbre del futuro. Un cambio de escenario que aún no nos toca cercano, o no la sentimos así al menos –muestra del valor de donde vivimos y de lo que tenemos en Navarra–, pero que parece navegar impasiblemente abandonada a su suerte y puede llegar aquí también. Una transformación que abre retrocesos importantes en la credibilidad de los valores democráticos y la legalidad internacional y que supone nuevos recortes de derechos políticos, civiles, sociales y laborales por todo el planeta.

Una puerta abierta al avance de los discursos más reaccionarios que ganan terreno fácilmente, y la UE es quizá uno de los ejemplos más evidentes de la fortaleza creciente de esa Internacional Reaccionaria en lo económico, en lo político y en lo humano. La despolitización de los asuntos públicos con la segmentación individualista de las prioridades y los anhelos ha servido para asentar el mercantilismo económico y el conservadurismo ideológico.

Ya lo dijo más o menos Rousseau en El contrato social: en cuanto alguien dice sobre los asuntos públicos ¿a mí que me importan?, hay que saber que los intereses generales están perdidos. Sin embargo, existe una alternativa al entramado reaccionario y belicista del neoliberalismo multinacional del máximo beneficio y del control oligopólico de la economía, la información y el trabajo: una sociedad basada en criterios de igualdad de derechos y deberes y centrada en la defensa de los derechos humanos y la construcción de la convivencia democrática. Saramago lo advertía ya en 2000: “Alguien no está cumpliendo con su deber. No lo están cumpliendo los gobiernos porque no saben, porque no quieren o porque no pueden. O porque no se lo permiten aquellos que efectivamente gobiernan el mundo, las multinacionales, las grandes corporaciones, cuyo poder absolutamente no democrático ha reducido a casi nada lo que quedaba del ideal democrático”. Y así es.