Imagino que como a cualquier otro rojo, una vez que estábamos en Riad me hubiera gustado que el trofeo de esa Supercopa que pagan los petrodólares de la dictadura islamista de los fanáticos wahabíes viajase hasta Iruña. No tanto por el valor deportivo del torneo, que es más bien menor, sino porque hubiera supuesto dejar en el camino a Barcelona y Madrid y eso es siempre para Osasuna una obligación que hay que intentar.

Y porque ganar esa Supercopa también hubiera traído la alegría añadida de que el chiringuito este que se han montado los saudíes para intentar –inútilmente–, ocultar sus carencias absolutas en derechos humanos, derechos de la mujer, valores democráticos, respeto a las minorías y a la libertad de información se iba al garete. De ilusiones también se puede vivir, pero la realidad de la vida suele ser casi siempre otra diferente a la de las ilusiones. Y ahí estaba el tal Muñiz Ruiz para recordarlo. No se trata de llorar. Al fútbol también se viene llorado de casa. Pero el tipo del silbato lo hizo casi todo. No hace falta tangarte un penalti o inventarse otro en favor del contrario, un buen arbitraje sibilinamente apañado va dejando caer decisiones de diferente nivel en un equipo y otro hasta que encuentra la jugada clave.

En la falta a Arnaiz que Muñiz Ruiz no señaló y dejó el camino libre al gol del Barcelona que acabó con el partido solo le faltó empujar también el balón a gol. Si no hubiera sido esa hubiese sido otra. Y si no fuera el Barça sería el Madrid. Osasuna llegó a Arabia Saudita, mostró la fortaleza de su historia trasladando al mayor número de aficionados a estos dos primeros partidos –al Barcelona y al Madrid les anima una legión de extras–, hizo un buen partido con un gran planteamiento táctico que puso al Barcelona fuera del juego en muchos momentos, tuvo varias claras oportunidades que no completó en gol y acabó inevitablemente derrotado. El destino final estaba escrito. Para mí que incluso en el contrato por el que ponen decenas de millones los saudíes se incluye la cláusula obligatoria de que la final sea Madrid–Barcelona.

Como dijo Sergio Herrera, es un torneo montado para ambos. Dignidad y honor como siempre, aunque cuando te chulean así esa fortaleza de ánimo de los rojos, del Club y de sus seguidores incombustibles acabe pareciendo poco. La Supercopa esta es un esperpento deportivo que poco o nada tiene que ver con los valores que han hecho ser a Osasuna todo lo que es hoy más de 100 años después. A Osasuna se le ha faltado al respeto desde la Federación intentando pagar lo menos posible porque lo consideraba como un simple convidado de piedra al festín, luego intentando presentar al Club como una cuadrilla de mendicantes pidiendo más dinero por ir allí de simple comparsa y, como siempre, desde los medios fanáticos y sus principales bocachanclas –llamar a eso prensa deportiva es un insulto a la profesión–, que jalean a sus equipos como si no hubiera un mañana sin ellos.

Por si alguien tenía dudas, se demostró que Osasuna no pintaba nada allí. Al menos nos llevamos dos millones que para las maltrechas cuentas de Osasuna son algo de alivio y la convicción de Jagoba para mostrar el euskera ante todos los medios del mundo allí concentrados. Vista la trama no es poco. Y a otra cosa. Una apasionante eliminatoria de Copa en El Sadar con la Real Sociedad y a seguir cabalgando en la Liga.