Hay semanas en las que la realidad provoca. Como esos bancos que ganan todavía más que lo muchísimo que ganaron el año pasado cobrando aún más comisiones e intereses y pagando menos; también interfieren en las políticas sociales y usan sus prebendas para obtener más beneficios y de paso siguen mandando ancianitas a la beneficencia desahuciándolas. Como esos ataques militares contra población civil en zonas paupérrimas y devastadas con toda impunidad en el ámbito internacional y con una economía del genocidio que les permite seguir comprando armas. Como esa carrera hacia la catástrofe ecosocial empeñados en el beneficio de unos pocos depredadores. ¿De verdad que solo ocho millonarios acumulan más dinero que el medio mundo más pobre?

Total, que la realidad no da más que para reclamar guillotina, revolución o apocalipsis. Hay que buscar alternativas y por eso estos días disfruto con un abejorro que comparte terraza con nosotros. Viene a libar de las flores de una Crassula ovata que trajo Josemere a casa hace más de 10 años y cada invierno nos regala con miles de florecitas a las que el insecto (también algunas moscardas, pero estas no son tan queridas) viene a polinizar y, de paso, llevarse el polen y el néctar. Hoy he podido verla con detalle: es una obrera con unas pocas semanas de vida; tenía las corbículas, esa especie de canasta en las patas traseras, llenas de polen, mientras recorría flor a flor todo ese paisaje feraz. Sus hermanas colaborarán también en la construcción y avituallamiento del nido; allí estarán los zánganos preparándose para fecundar a la reina y de esta forma, en este invierno anómalo que augura más años sin estaciones y sobrecalentados, retoman su ciclo vital, en el que nosotros simplemente estamos de sobra. O que sería mejor si no estuviéramos.