Decía Estibaliz Urresola al recoger uno de los Goya que recibió por 20.000 especies de abejas, cinta que sumó una tercera estatuilla para la actriz Ane Gabarain, que es importante nombrar las cosas, porque lo que no se nombra no existe. Quizás por ello fue la cineasta que más reivindicaciones citó en sus intervenciones: por el fin del genocidio en Gaza, contra los abusos contra las mujeres, contra toda discriminación y en favor de visibilizar y nombrar aquello que necesita voces para su reconocimiento. Las palabras cuentan tanto como las imágenes, por eso en una gala del cine se da tanto valor a los discursos.

La cinta vasca no fue la ganadora en número de Goyas tal como era previsible con la arrolladora La Sociedad de la nieve, ese relato coral emocionante y vital que retrata todo un ejercicio de solidaridad y fuerza colectiva. Fueron, sin duda, las dos grandes películas de la noche, como lo han sido desde su estreno pese a la distancia entre ambas. Pero la gala de los Goya es mucho más que cine y por eso se le pide más, sobre todo se le exige un posicionamiento ante lo que acontece, que no siempre se da, y a veces queda forzado.

En un año en el que las nominaciones de mujeres han superado por primera vez a las de los hombres, la fiesta del cine llegaba marcada por el Se acabó, por las denuncia de violencia sexual y abusos en el sector. Y la reacción y condena de cualquier tipo de agresión no se hizo esperar y desde la primera intervención quedó claro. Y se fue repitiendo, sí, aunque ni mucho menos fue lo que más se escuchó. El cine como arte, como oficio, como modo de expresión, como opción de vida fue la estrella de la noche. Y quizás por ello se eligió como protagonista, sin tener película, a Pedro Almodóvar, el único que quizás podía decir lo que dijo y pararle los pies a la ultraderecha, empeñada siempre en atacar a la cultura.