Me quedo perplejo que sigan pasando los años y acumulándose las mañanas negras como el carbón y las noches de pesadillas y dolor y las figuras de Angel Berrueta y de su familia aún no cuenten con el reconocimiento oficial de víctimas de condición política. No me cabe en la cabeza que se siga manteniendo una situación que no sé si es más injusta que surrealista, en la medida en la que cualquiera con dos dedos de frente sabe que el asesinato de Berrueta hace 20 años tuvo una motivación política clarísima.

Si el asesinado hubiese sido un comerciante que se negaba a poner un cartel de Gora ETA–que no era fácil negarse, si es que algún valiente lo hizo– hacía años que estaría en la lista, como es lógico, humano, democrático y normal. ¿Qué impide pues que Berrueta y los suyos cuenten con ese al menos reconfortante reconocimiento? Lo ignoro, no termino de entenderlo. Porque en todos los casos, hablemos de un espectro social o de otro, de lo que sea, lo de menos es qué pensaban las víctimas, qué ideas políticas tenían o qué simpatías profesaban.

Eso es completamente indiferente, aunque a efectos reales haya servido siempre para que la clase política equis se haya arrimado más a unas víctimas que a otras e incluso dejado de lado a las que no consideraba de su cuerda.

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Homenaje a Angel Berrueta en su 20 aniversario Javier Bergasa

Esto fue así muchos años y parece ser que esa inercia por desgracia todavía permanece, ofreciéndonos aún imágenes de poca unidad ante hechos que por sí solos merecerían una unidad sin fisuras: no se puede matar a la gente por motivo ninguno. Y punto. Y no se le puede matar por motivos políticos. Y punto. Y quienes así hayan muerto tienen que tener instantáneamente reconocida su condición de víctimas de condición política. Parece ser que en breve se va a tratar de revisar este caso a nivel de Parlamento de Navarra. Espero que se logren todos los avances que en 20 años no se han dado.