La invasión de Ucrania, con la al parecer alterada Europa –más bien Francia– casi hablando de que, bueno, igual sí igual no hay que enviar tropas, las bestialidades de Hamás, la respuesta genocida de Israel… Y, en otro plano mucho más liviano pero muy cargante, la perpetuación de los problemas económicos para las familias normales y corrientes, la turrada de la política nacional con PP y PSOE a limpio exabrupto día sí y día también y, en general, la sensación de que vivimos en una especie de día de la marmota informativa en la que de vez en cuando cambian los nombres pero las esencias permanecen: miserias, dolor, miedo, insultos, depauperación política y poca ilusión en un futuro cada día más incierto. Ya he recurrido bastantes veces a esa frase que dijo Dylan de que “la sociedad intenta constantemente machacarte la cabeza y no tiene sentido ir por ahí con la cabeza machacada”, que me repito cuando noto que estoy consumiendo demasiado actualidad y que tengo que ponerle coto para no entrar en depresión, si no real sí al menos puntual. Ahora le sumo otra frase que escuché en la película Zinzindurrunkarratz, de Oskar Alegría, en la que toma prestada una cita –no me la sé literal–: “nos pueden quitar todos los lujos, menos el de la lentitud”. Es necesaria, la verdad. Lentitud y silencio. O cuando menos lentitud y menos ruido. Hacer las cosas con calma, sin prisa, sin este stress perpetuo en el que se vive en las sociedades modernas, ya sea físico, informativo, económico, laboral o todo junto. Todos los estudios hablan claramente de que el stress y el exceso de preocupaciones son una de las mayores causas de las enfermedades de la sociedad moderna. También de la infelicidad, seguro. Así que no queda otra que irse cada uno y una buscando su huequito aislado de la realidad, donde pelarse una manzana lentamente con la mente en blanco y ahí nos las den todas.