Una de las claves del funcionamiento político del mundo, quizá la más importante, es la existencia de los llamados paraísos fiscales. Su existencia consentida, quiero decir. Su existencia aceptada por todos. No obstante, todo puede derrumbarse en cualquier momento, claro. Lo raro, de hecho, es que no ocurra más a menudo. Aunque quizá sí ocurra.

Quizá esté ocurriendo ahora mismo. Quizá vivir consista en eso. Y los escombros estén ahí todo el tiempo. Y finjamos no verlos. Puede que el arte sea eso: aprender a no verlos. Los escombros, digo. Ahora bien, el tiempo pasa. Vuela, dicen. Navarra Suma es el ejemplo de cómo hay que hacer las cosas, decía Pablo Casado hace no tanto. He encontrado por casualidad un recorte de prensa en el interior de un libro y ponía eso. Al leerlo me ha dado un ataque de melancolía. Porque, si te paras a pensarlo, da vértigo.

Me refiero a cómo pasa el tiempo, Lutxo, viejo zorro hirsuto e infestado de liendres. Al parecer, el pobre Casado pronunció esas lúcidas palabras en el otoño de 2021, hace prácticamente nada. Qué triste es todo. A mí me han sonado como si las hubiera pronunciado en el Pleistoceno, Lutxo, le digo. Y me suelta: Casado, de pobre, no tiene nada, eso lo primero.

Y respecto a la UPN, ya lo sabes: estamos en un periodo de transición, nada más, dice. Y le digo: ¿De transición? Y dice: Sí, de cambio a mejor. Y le digo: ¿De cambio a mucho mejor? Y dice: De transformación en sentido amplio. Y le digo: ¿Quieres decir que estáis evolucionando conscientemente? Y me suelta: No sé si muy conscientemente, pero estamos abriendo las ventanas a un nuevo horizonte. ¿A un horizonte de paz y concordia?, le pregunto. Y me dice: Bueno, eso ya lo veremos. Pero el tiempo vuela, es verdad. Y de Rivera, ¿qué ha sido?, le pregunto. ¿Sabes algo? Y me suelta: De Rivera no sé nada, pero Iglesias ha abierto un bar.