Básicamente, el director general de Paz y Convivencia, Martín Zabalza, tildaba de “iconoclastas, localistas y minoritarios social y políticamente” a quienes desde hace mucho optamos por demoler los Caídos frente a los que, al parecer como él, pretenden llevar a cabo “transformaciones inteligentes que pueden decir la verdad sin destruir las pruebas auténticas de la historia”. En primer lugar, no parece muy adecuado desde su puesto público tildar así a quienes piensan distinto a él, en la medida en la que muchos de quienes piensan así –o bastantes– tienen familiares que fueron asesinados por aquellos a los que se honra en el lúgubre lugar.

Para ello, Zabalza nos llevó en su artículo publicado aquí ayer a Bolzano, donde un edificio municipal que antes fuera sede fascista lleva un led con la frase Nadie tiene el derecho a obedecer debajo del lema fascista esculpido arriba en el friso y que dice Creer, obedecer, combatir. Bien. El argumento de Zabalza es, por supuesto, respetable: reutilizar el edificio y a través de él no olvidar el pasado sino sí mostrarlo como enseñanza, al tiempo que dotar a la ciudad de más servicios, mejores zonas, etc, etc. Lo que viene siendo un lavado de cara y un aprovechamiento de lo que hay pero poniéndolo cuqui. Es respetable.

Lo que no parece respetable es que a él y al gobierno que él representa no le parezca respetable –y ni siquiera representable– el sentir de navarros y navarras que abogan por hacer desaparecer el edificio y destinar el solar resultante a algo mucho más blanco, diáfano y pulcro para esta ciudad, que lleva soportando 70 años ese penco, muerto e insultante, sin avance alguno. El otro día, sin ir más lejos, se levantó la lona que cubre una de las inscripciones, instante que captó Jesús Barcos con su cámara: Navarra a sus muertos en la cruzada. Demos espacio a todas las opiniones. Y por qué no a una votación popular.