Ya veo que voy a formar parte de quienes están respondiendo a la propuesta del director general de Memoria y Convivencia del Gobierno foral, Martín Zabalza, en favor de la resignificación de Los Caídos. Ni que decir tiene que está en su derecho a tener una opinión, faltaría, aunque no tengo tan claro si también a expresarla públicamente teniendo en cuenta su cargo y que, desde el mismo, ha de atender a personas y colectivos con sensibilidades muy diferentes a la suya.

Al margen de ello, me revientan los calificativos que nos dedica a quienes apostamos desde hace muchos años por demoler ese feo mamotreto porque odiamos qué significa, porque nos entristece y entristeció siempre a nuestros mayores, porque se ha convertido en un gran muro de separación de la ciudad, etc. Frente al parecer del director, esto no es una nueva ola para muchos de nosotros, sino una larga pelea, ni nos sentimos especialmente iconoclastas en tanto que no vemos en ese monumento –por llamarlo de alguna manera– nada sagrado o respetable que una led vaya a transformar. Además, tildar a alguien de localista es una vieja tradición de nuestra tierra. Si te opones a los designios del mandamás de turno eres un zote, un involucionista o un aldeano que no ha salido en su vida de la Cuenca de Pamplona. Nada nuevo.