Ocurrió el pasado miércoles en el Mercado del Ensanche de Pamplona a primera hora, cuando aún no había clientes y toda la actividad giraba alrededor de la preparación del género. En medio de ese trajín diario, un vendedor de verduras y frutas sufrió un infarto y cayó en el interior de su puesto. Nadie le vio, hubo quien se extrañó de que no hubiera encendido las luces pero no le dio mayor importancia hasta que saltó la alarma y entonces fue demasiado tarde para salvarlo. Llevaba 40 años en el mercado, desde crío, y allá, en su segunda casa, acabó su existencia sin importar que fuera una persona querida, tranquila y amable, cuya gran ilusión era jubilarse pronto. Rodeado de muchos que lo apreciaban de verdad, murió solo. Al día siguiente, en otro mercado, el de Santo Domingo, una empleada de una carnicería sufrió un ataque de epilepsia. Sus compañeros se lanzaron a ayudarla, llamaron rápidamente al 112, aparecieron una persona con un equipo de reanimación tras la que iba otra que sabía usarlo, cuatro o cinco municipales y una ambulancia medicalizada. La mujer se encuentra bien, recuperándose. La línea que nos separa del otro lado es tan fina que, en ocasiones, sólo la suerte nos salva de cruzarla. La suerte y tener quien nos cuide y se preocupe de nosotros.