Hola personas, ¿cómo lo llevamos?, me alegro. Yo esta semana he estado en un lugar de los que hay que ponerse en pie solo con oír su nombre. Un sitio mágico, único, especial, privilegiado, irrepetible, inimitable, imprescindible en nuestra querida Navarra, protagonista de nuestra historia, testigo de siglos, bueno, bueno, diréis, pero… ¿dónde? Pues he estado ni más ni menos que en el Monasterio de San Salvador de Leire.

Para hoy viernes, día 19, el Ateneo Navarro había organizado una excursión a Leire con un programa corto pero interesante. Salida de Pamplona en autobús a las 8 de la mañana, a las 9:15 misa en el monasterio con cantos gregorianos, a continuación visita guiada a la cripta románica y a la iglesia románico-gótica, un pequeño refrigerio y vuelta a la ciudad. Al programa programado se ha unido una actividad espontánea, ya que el padre prior ha accedido a enseñarnos la biblioteca.

Bien, veamos como ha ido la cosa.

De entrada he de decir que no estoy escribiendo esta crónica desde la cama de un hospital porque mi ángel de la guarda es un gran trabajador ya que, cuando a las 7,50 de la mañana ponía el pie en la calle saliendo de mi portal para dirigirme a la cita, un chaval, hijo de siete padres, montado en un patinete, ha pasado ante mí a la velocidad del rayo y no me ha llevado por delante por cuestión de milímetros, tras llamarle cabrón, acordarme de su santa madre y desearle que se estampase contra la siguiente farola, me he repuesto del susto y he seguido mi camino. A las 8 en punto embarcábamos en nuestra diligencia y, tras pasar lista, a las 8,05 partíamos a nuestro destino. Una hora corta después aparcábamos en la campa del monasterio, la mañana no podía ser más bonita, el sol, radiante, iba subiendo y teñía los campos y el pantano de Yesa de una luz cálida, esa luz de primera hora. Paisaje y monasterio componían una postal inigualable. Me han venido a la memoria aquellas excursiones que todos hicimos con el cole, era obligada, con el consiguiente bocadillo de tortilla, el tubo de leche condensada y una moneda de cinco duros para comprar un Kas y un helado. Si sobraba algo podías comprar una estampa de recuerdo para tu madre en la tienda del propio cenobio.

Hemos dirigido nuestros pasos a la Iglesia que nos ha recibido con esa maravillosa portada románica que llaman Porta Speciosa. Una joya cuyo tímpano y arquivoltas cuentan historias sin fin, desde San Miguel alanceando al dragón a escenas del infierno, desde la representación simbólica de los pecados capitales al martirio de Santa Nunilo, o desde el famoso y jacobeo ajedrezado jaqués a un muestrario de todas las verduras que el peregrino podrá encontrar en la tierra que acaba de conocer. Entramos en la iglesia y servidor hizo lo que siempre hace, sacar a su compañera de la bolsa y disponerme a fotografiar todo lo habido y por haber y así fue, pero por poco rato, enseguida topé con un fraile con cara de pocos amigos que me dijo que no hiciese fotos durante la misa y que no se me ocurriese sacar a la comunidad. Yo que llevaba la idea de traerme unas bonitas fotos de tan recoleto y especial acto litúrgico vi todo mi gozo en un pozo, obedecí la orden y tomé asiento en un banco. La misa comenzó y la verdad es que la magnitud de los espacios en piedra y el sonido envolvente de los cantos gregorianos que los consagrados entonaban, le envolvía a uno de cierto grado de espiritualidad independientemente de la fe que uno pueda tener, que en mi caso es poca. Acabada la misa me dispuse a fotografiar el templo aprovechando que estaban las luces encendidas, el mosén de marras volvió a hacer acto de presencia para volver a decirme airoso, y digamos que no muy simpático, que allí no se hacían fotos, que ellos no eran maniquíes, me dijo. Cuando ya no quedaban frailes y se supone que podíamos fotografiar el templo, apagaron las luces y nos quedamos con las ganas. Salí más quemao que la pipa de un indio. Tras hacernos una foto de grupo en la escalera, nos dirigimos a la parte de atrás para reunirnos con Amaya que fue la cicerone que nos dio las explicaciones en la visita guiada a la cripta y a la iglesia. Entramos a la cripta y me pareció mucho más pequeña de lo que yo la recordaba, quizá es que la última vez que la vi yo era un niño y todo se ve mayor. Qué poderío, qué fuerza trasmiten esos cortos fustes, esos enormes capiteles y esas sólidas paredes que soportan todo el peso de la iglesia que tienen sobre ellos. Amaya nos contó la historia del Monasterio desde su fundación, que no se sabe a ciencia cierta ni cómo ni cuándo fue, de su impulso por parte de Sancho el Mayor que se formó en su biblioteca, de los aires franceses que llegaron y lo modernizaron y por fin de la desafortunada Desamortización de Mendizábal que lo dejó vacío y en la ruina durante más de 120 años en los que fue refugio de peregrinos y establo para pastores y ganado.

Tras ver y admirar la Cripta, y antes de volver a la Iglesia, vimos el pasillo de San Virila, aquel abad del siglo IX que, según la leyenda, durmió durante 300 años hasta que le despertó el canto de un pajarillo. Volvimos a la iglesia entrando por otra puerta, la puerta primera del antiguo monasterio del que apenas queda nada y Amaya nos fue desgranando las partes de tan señero templo. Su parte románica, con sus irregularidades arquitectónicas; la parte gótica, con su perfección que contrasta con la anterior; la parte humana, con la capilla de las santas Nunilo y Alodia cuyas reliquias se custodiaron en la famosa Arqueta Ebúrnea que llegó a Leire desde el califato de los Omeya; de la parte histórica, con el arca en la que se encuentran los huesos de los primeros reyes de Navarra, desde Sancho Garcés ( 804-824) a García Sánchez IV el Trémulo (994-999), así como algún príncipe y seis reinas; o la parte artística, con el bonito Cristo gótico que allí se exhibe. La visita guiada se dio por terminada y fuimos al bar a tomar un monacal refrigerio, fue frugal y ligero. Tras él el padre prior nos invitó a ver la biblioteca, la alegría no fue completa porque la invitación solo iba dirigida a los hombres, la regla de San Benito dejó fuera a nuestras compañeras ya que la biblioteca se encuentra dentro de la clausura y en tal lugar no pueden entrar las mujeres. Nos recibió el padre bibliotecario y nos enseñó auténticas joyas, desde incunables a un volumen casi único en España, solo hay otro, sobre música escrito en el siglo XVII por Anastasio Kircher con el que nos divirtió un rato cantando parte de lo que en el libro se mostraba.

A las 12,30 estábamos de vuelta habiendo aprendido algo más de nuestra historia.

Besos pa tos.

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