Según una encuesta llevada a cabo por el Public Religion Research Institute de Estados Unidos, publicada en 2021, entre los republicanos que creen que a Trump le robaron las elecciones de 2020, cuatro de cada 10 dicen que: “los verdaderos patriotas estadounidenses tal vez debamos recurrir a la violencia para salvar a nuestro país”.

Me pregunto si entre los votantes y dirigentes del PP y de VOX no habría una respuesta similar ante una encuesta así. Me temo que sí. Porque el trumpismo se ha españolizado.

No pretendo frivolizar sobre esto. Pero lo pienso. Y es que el grado de encabronamiento, de odio, de ciénaga procedimental, ya sea de palabra, obra y omisión en la judicatura, el Senado, el Congreso, los medios y hasta en las reuniones de vecinos es tal, que da miedo.

Porque ni el PP ni Vox se han liberado de sus traumas fascistas. Quizá ni quieran. Porque así han configurado su biografía; lo que les constituye de generación en generación. Porque aquella Transición se cerró en falso, como una herida sin cicatrizar, como un duelo sin fase de aceptación. Y ahí están, volviendo, porque nunca se fueron, a lo más para afilar los cuchillos. Porque nunca aceptarán estar fuera del poder; de legislar, decidir o configurar una sociedad u otra.

Por eso niegan la legalidad de todo, del gobierno, de los pactos, de las elecciones, de ciertos partidos, del Congreso, del Senado, de la Fiscalía, del BOE, de la Constitución y hasta de la factura del gas si hace falta. Y buscarán chivos expiatorios destilando un racismo bastardo. Y sospecharán de conspiracionismo en cada arruga de su risa floja o de su mueca perversa para afirmar que sin ellos no hay paraíso. Que no hay España sin “Cara al sol” y sin volver la vista atrás.

Así que la hegemonía del fascismo llegará en función de si el bloque antifascista, o una parte sustancial de él, permite que se articule una nueva Transición Fascista. Nos la jugamos.