Se pone en marcha una campaña electoral contra corriente. La sucesión de citas con las urnas en el último año –municipales, generales y diversas autonómicas– conlleva el riesgo de fatiga del electorado ante una institución, el Parlamento Europeo, que sigue viéndose lejana e incluso ajena a los intereses de la ciudadanía. No ayuda a cambiar esa percepción el hecho de que los partidos que lideran la política española sean los primeros en considerar estas elecciones como otro instrumento de confrontación local, con los mismos discursos y reproches que atascan la acción institucional interna. Han renunciado a hacer la pedagogía democrática que permitiría compartir la importancia de la Eurocámara. La institución europea destinada a subsanar el déficit democrático del proceso de construcción europea es el órgano de control de las políticas comunes dictadas por el ejecutivo –la Comisión– y el que contrapesa la acción de los Estados a través del Consejo. Es clave para las minorías disponer de voz en esa cámara para representar intereses que en demasiadas ocasiones no se ven amparados por la acción de los Gobiernos de los Estados, atados a sus propias prioridades. Hay un riesgo objetivo de que el desinterés y la fatiga electoral inflen la representatividad de quienes hoy se oponen a la Unión Europea. Euroescépticos de extrema derecha y extrema izquierda que amenazan con la renacionalización de las políticas a costa de los principios de cooperación, cohesión y asistencia mutua que aporta el ideal europeísta. La capacidad de responder conjuntamente a retos críticos como la reciente pandemia o las crisis financieras y energéticas con programas compartidos y solidarios se perdería si triunfan las ideas que hoy esgrimen los crecientes populismos rupturistas. El riesgo de descomposición que supuso el brexit debería haberse superado con el escarmiento en cabeza ajena pero no así la amenaza de soslayar los principios del estado social y de derecho, de la democracia y el modelo de bienestar. El proceso de cohesión europea es un proceso de bienestar, las carencias del mismo proceden de la acción de los gobiernos, no de la vigencia de sus ideales y tener voz propia y comprometida para protegerlos es el modo de llenar de legitimidad las instituciones compartidas mediante la participación democrática ciudadana.