Pensaba en cómo la influencia del poder, cualquier poder, delimita las posibilidades de que nuestros deseos de pasar por la vida sin estropear demasiado e incluso, si se pudiera, de mejorar algo, se hagan realidad y me llega un guasap de A nada alejado de la cuestión.
El caso es que A, que sabe que soy partidaria de los uniformes, los personales quiero decir, que facilitan la vida un montón, (¿me?) comparte una noticia sobre una actriz protagonista de una serie de éxito que acaba de repetir atuendo en varios eventos sucesivos para transmitir un mensaje a favor de la sostenibilidad (bravo por ella, supongo en ese ambiente no será fácil) y me informa de que se ha generado un hashtag, #OutfitRepeater, para concienciar sobre la inmensa huella del consumo textil.
De primeras, pienso que como repito ropa soy una #OutfitRepeater. Pero no nos quedemos en la pura literalidad, porque también nací y he vivido en Pamplona toda la vida y eso no me hace PTV. Ahora que lo pienso, ser mujer no facilita ser PTV (¿conocen alguna?) y hace más complicado lo de no repetir. Qué cruz. También es verdad que repetir prendas de calidad es diferente a repetir productos superaccesibles que no duran dos lavadas.
¿Una es #OutfitRepeater cuando repite pero se sabe que podría no hacerlo? Y, ¿qué es cuándo repite porque no le queda más remedio? Porque hay ocasiones en que, desde fuera, no se distingue muy bien si la austeridad vestimentaria responde a la conciencia ambiental o a la limitación de los recursos o incluso a ambas, que será frecuente.
Luego, ¿han de ser las ricas las que prestigien el uso continuado y responsable de la ropa y, por lo tanto y muy contradictoriamente pero también, la construcción de una autoimagen menos dependiente del consumo?