Al día siguiente de la final del Manomanista, en la que el guipuzcoano Altuna barrió del frontón al navarro Laso, circulaba por los medios digitales un vídeo de Laso en el que el de Bizkarreta-Gerendiain se animaba a cantar una ranchera –creo que El Rey– en la cena con familia y amigos posterior a final. Los titulares hablaban de “pese a la derrota” o “tras caer derrotado”. No eran juicios de valor, pero imagino que sí que a todos nos sorprende algo que un derrotado se anime a salir a cantar tras una final en la que, a su pesar, apenas dio una a derechas, como él mismo reconoció.

La historia nos dice que tras una derrota y más cuando hay tanta ilusión en el ambiente y cuando te has preparado tanto y cuando a saber si vas a jugar otra final lo normal sería estar hundido. Pero eso es lo que dice la historia. O lo que le hemos dejado a la historia decir, dándole a la victoria deportiva un valor tan absolutamente desproporcionado que a la derrota solo le ha quedado el papel de tener que pasar días y semanas de miseria y amargura casi extremas.

Laso viene de operaciones, del fango, y de no saber si iba a estar más veces en esa posición. Por supuesto, a él más que nadie le dolerá –y le dolerá siempre– el casi nulo papel que desempeñó en la final, pero ha conocido cuál es la derrota de verdad y cuál puede aguantarse. Dejó una frase no nueva pero sí maja para el recuerdo: es solo un deporte. Y es estrictamente cierto.

Esa misma tarde, Jabari Parker, jugador del Barcelona de basket que caía eliminado por el Real Madrid, un jugador que se ha recuperado de muchas y graves lesiones, se emocionaba cuando le preguntaban qué tal su primer año en Europa: estamos todos sanos y bien y eso es lo que cuenta, el año que viene lo volveremos a intentar. Ganar solo gana uno o una, perder perdemos todos los demás y aprender a tomárselo con buen temple supongo que es una de las victorias de la vida.