Las elecciones europeas confirman no pocos de los temores de crecimiento de la representatividad de opciones de extrema derecha entre la ciudadanía de la Unión, pero también constatan que persiste una mayoría clara de votantes que se orientan en favor de sensibilidades de centroizquierda y centroderecha que se declaran europeístas. En el caso concreto del Estado español, el peso del voto ultra consolida su presencia pero vuelve a acreditar que no es una opción mayoritaria salvo si es aupado por el Partido Popular.

Un PP que gana pero fracasa en su intento de forzar el desplome del PSOE con una estrategia plebiscitaria que ha servido en realidad para reproducir la polarización en torno al Gobierno de Sánchez. Pese a estas difíciles condiciones, la representación de las sensibilidades soberanistas vascas y catalanas volverá a llevar la voz de ambos pueblos a la Eurocámara, lo que constituye un éxito en el marco de una participación a la baja y una percepción de distancia del electorado respecto a Bruselas y Estrasburgo.

Ese marco da lugar a los resultados de la candidatura de CEUS, con una apuesta arriesgada del PNV –en la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV)– junto a Geroa Bai –en la Foral de Navarra– y Coalición Canaria y sin partidos catalanes, que ponía en riesgo la continuidad de una presencia jeltzale en la Eurocámara que no obstante se consolida. La otra fuerza soberanista de Hegoalde, EH Bildu, ha sido quien mejor ha logrado mantener movilizada a su base de votantes, hasta ser primera fuerza en la CAPV y tercera en Navarra. La insistente presencia de estrategias de política doméstica no ha sido exclusiva del Estado español. Adicionalmente, el voto de castigo, que ha venido recogiéndose en estas elecciones, se ha vuelto a ejercer.

Así ha sucedido en Francia, lo que ha llevado a Macron a disolver la Asamblea por el triunfo de la ultraderecha; en Bélgica, con la dimisión del primer ministro; en Alemania, donde la Unión Cristiano Demócrata de Ursula Von der Leyen gana pese al crecimiento del neofascismo, que ha cosechado un preocupante respaldo juvenil hasta situarlo por delante del canciller socialdemócrata Olaf Scholz. De las urnas sale un aviso y una oportunidad: la de proteger el proyecto de progreso con el cierre de filas del centro sociopolítico frente al antieuropeísmo.