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Pamplona Vidas Ejemplares

Joseba Asiron

Ortega, un perro de leyenda

La valiente actuación de un perrito de no más de 25 kilos frente a un miura de cerca de 600, que se resistía a entrar en corrales tras el encierro, durante los Sanfermines de 1958

Ortega, un perro de leyenda

El Rin-Tin-Tin navarro

Quienes tengan la edad suficiente recordarán que, allá por los años 50-60 del siglo XX, se hicieron famosas algunas series de televisión protagonizadas por animales. Una de ellas fue la serie Lassie, que arrancó en 1954 y estaba protagonizada por una perrita de raza collie, pero existieron igualmente series protagonizadas por caballos (Furia, 1955), delfines (Flipper, 1964) y hasta por un canguro (Skippy, 1966). Con todo, la más famosa de todas es probablemente la serie que se popularizó con el nombre de Rin-Tin-Tin, iniciada en 1954 y basada en las aventuras de un listísimo canis lupus vulgaris, de raza pastor alemán más concretamente, y desarrollada en el contexto del Salvaje Oeste. Con estos significativos antecedentes, no es difícil suponer que la heroica irrupción del perrito Ortega en los Sanfermines de 1958 tuvo necesariamente que dar pábulo a todo tipo de comparaciones y comentarios jocosos.

Apoteósica vuelta al ruedo de ‘Ortega’, en brazos de su dueño.

Los Sanfermines de 1958

Las fiestas de aquel año se desarrollaban con normalidad, si es que dicho término se puede aplicar a Pamplona entre los días 6 y el 14 de julio. El cartel de fiestas había sido elaborado por un artista local, Mariano Zaragüeta, y figuraba una imagen, un tanto idealizada, del mítico timbalero municipal Joaquín Desplán, que había fallecido aquel año. El ambiente de la calle era sensacional, a pesar de la lluvia de los primeros días, y los actos principales programados, además de los encierros y las corridas, basculaban entre los fuegos artificiales, que se lanzaban entonces desde la plaza del Castillo, las sesiones de cine en la plaza de San Francisco o los teatros infantiles de marionetas en la plaza de San José, y los partidos de pelota, el zezensuzko, la tómbola, los concursos de hípica o las tiradas de pichón que entonces se estilaban. Y fue muy comentado también el caluroso y unánime recibimiento que el día 7 brindó la plaza de toros al nuevo y flamante alcalde de la ciudad, don Miguel Javier Urmeneta Ajarnaute, que aún habría de protagonizar algún momentico especial de las fiestas, como veremos en seguida.

El toro finalmente se rinde, y se encamina a los corrales

Día 12 de julio

Las crónicas de aquel día 12 de julio refieren el extraordinario ambiente de la ciudad, en la que, según aseguraban, no cabía ya un alma. No en vano aquel día era domingo y pamploneses, forasteros y no pocos extranjeros abarrotaban las calles desde primera hora de la mañana. La corrida programada para aquel señalado día era la de la mítica ganadería de Miura, y la hemeroteca dedica buena parte de sus páginas a contar sus pormenores. De entrada, en los tendidos de sol se produjo un acontecimiento sin precedentes, cuando se presentó allí el alcalde de la ciudad, vestido de blanco y rojo, y dispuesto a disfrutar del ambiente de las peñas como un mozo más. En cuanto a la corrida propiamente dicha, parece ser que los miuras de la finca Zahariche cumplieron con las expectativas generadas. Según leemos en prensa, el comportamiento de los bureles de Lora del Río (Sevilla) fue “soberbio”, todos ellos fueron aplaudidos en el arrastre, y a uno de ellos, el tercero, se le dio la vuelta al ruedo. Fueron lidiados por Marcos de Celis, Curro Girón y Juan González El Trianero, además del rejoneador Ángel Peralta, que contribuyeron al éxito con una buena actuación. Aquella corrida vespertina acaparó los titulares de los periódicos del día siguiente, pero tanto El Diario como El Pensamiento reservaron un espacio, en la parte inferior de sus portadas, para referir cierto incidente acaecido durante el encierro de la mañana.

El encierro más largo de la historia

En 1958 el inicio del encierro era aún a las 7 de la mañana, y aquel día la manada llegó a la plaza sin demasiadas complicaciones, aunque la manada había entrado en el coso dividida en dos grupos. Los primeros cuatro toros entraron en chiqueros sin detenerse, siguiendo la estela de los mansos, pero uno de los dos toros rezagados se quedó plantado en medio de la plaza, con el consiguiente peligro. Pastores y dobladores consiguieron que los mozos se retiraran al vallado, no sin que antes el toro diera una voltereta a un corredor, pero el miura no daba señales de querer entrar en chiqueros. Salieron los mansos en su busca en repetidas ocasiones, y según leemos en la prensa, a la labor de pastores y dobladores llegaron a sumarse dos de los toreros profesionales que se encontraban en San Fermín, Antonio Borrero “Chamaco” y Antonio Ordóñez, que intentaron durante largos minutos llevarse al toro al callejón. Todo fue inútil, y el torico permaneció durante otros 15 minutos allí, plantado en el centro de la plaza y mirando con curiosidad hacia el público que abarrotaba las gradas. Parecía que nada ni nadie iba a conseguir que el burel se moviese, y entonces se produjo el milagro...

La hora de ‘Ortega’

Cuando los recursos habituales para conducir al toro se agotaron, el nerviosismo se hizo patente en el coso, mientras que media ciudad esperaba angustiada a que concluyera aquel interminable encierro. Finalmente, los responsables de la plaza decidieron que se lanzase el cohete que anunciaba que los toros ya estaban a buen recaudo, aunque en modo alguno era así. En aquel momento hizo su aparición en el ruedo un pastor con su perro y, valiéndose de su vara, al modo tradicional, ordenó al perro que se fuera a por el toro. La pelea duró aún un buen rato. El toro amagaba con embestir al diminuto can, mientras que este, incansable, se metía entre las patas del toro, ladraba y aullaba, y demostrando gran dominio del oficio, mordía al perro en las patas, en el rabo y hasta en el hocico. Finalmente el descomunal morlaco cedió y se encaminó hacia los chiqueros, perseguido siempre por el incansable perrillo. El encierro del 12 de julio de 1958, el más largo de la historia, había por fin concluido tras casi media hora de suspense. Y la faena, bien documentada por el fotógrafo Galle, terminó con la apoteósica vuelta al ruedo del perro, llevado en brazos por su orgulloso propietario.

Los protagonistas

Una vez conocidos los hechos, podríamos preguntarnos qué fue de sus protagonistas. Según hemos podido saber, el miura que se quedó atascado en la plaza se llamaba Estribero, y era un toro negro zaíno, que sería finiquitado aquella misma tarde por Juan González El Trianero. En cuanto al pastor y su perro, la prensa del día siguiente apenas daba datos, aunque en El Pensamiento Navarro se aseguraba que pertenecían a la propia ganadería andaluza, y que estaban por tanto acostumbrados a medirse con toros bravos. Pero aquello no cuadraba. En las fotografías parece adivinarse que se trata en realidad de un simple perrillo pastor, más propio de Navarra que de las dehesas andaluzas. También se decía que se llamaba Ortega y, según algunos testimonios posteriores, era costumbre entre los pastores de la Bardena dar nombres de toreros a los perros que cuidaban del ganado bravo. Según esta hipótesis, el nombre del can podría homenajear al matador Domingo Ortega (1906-1988). Posteriormente, algún entendido concretó que el perrillo pertenecía a la raza “euskal artzain txakurra”, pastor vasco, más concretamente de la variedad iletsua, de pelo largo. También su propietario, que iba ataviado como los pastores de la tierra, parecía tener una inequívoca filiación pirenaico-occidental. Recientemente he podido leer que en realidad se llamaba Esteban Irisarri y que era navarro, pero este es un dato que no he podido corroborar. Por todo ello, decidimos telefonear directamente a la finca Zahariche, donde la familia Miura nos atendió con gran amabilidad, y nos certificó dos cosas: que efectivamente conocían y recordaban aquel suceso de 1958, y que ni pastor ni perro habían estado nunca en la nómina de la ganadería Miura, “eran de allí, de Navarra”.

Así las cosas, y aclarado el misterio, hemos juzgado más que justificado incluir al heroico txakurtxo en la nómina de personajes que Iruñea debería recordar. Aunque tampoco les oculto que me gustaría muchísimo recibir nuevos datos del suceso, y saber algo de la trayectoria vital posterior del bueno de Ortega y de su ufano propietario, el pastor navarro Esteban Irisarri. A ver si hay suerte...