Los sermones a veces los carga el diablo. Los púlpitos siempre han sido lugares donde el mensaje evangélico de Jesús ha sido más una incomodidad que un objetivo y espacios apetitosos para lanzar todo tipo de mensajes de miedo, oscuridad, castigo y consignas políticas. Le ha pasado al agustino recoleto cascantino Jesús Planillo Barcos, quien aprovechó su presencia en la misa del día grande de las fiestas para lanzar un mensaje criticando las ayudas públicas que reciben las personas migrantes y culpando al aumento de la población musulmana en muchos pueblos del descenso creciente de fieles que asisten a las misas.

Los curas son mucho de eso de repartir culpas entre los demás y nunca las tienen para ellos y eso que la historia pasada y presente de su Iglesia da para un infinito de culpas. Ni la llegada de personas de religión musulmana es la causa, ni siquiera una de las causas, de que la asistencia a las iglesias haya caído en picado en las últimas décadas –es lo que tiene no mirarse al espejo por la mañana–, ni tampoco las personas migrantes se llevan al bolsillo todas las ayudas públicas mientras las personas nativas no obtienen ninguna.

No parece que la Iglesia católica, que recibe miles de millones de euros del Estado cada año que pagan a escote todos y todas las ciudadanas y cuya inmensa mayoría no se destina siquiera a Cáritas, sino a los chiringitos de la iglesia del poder terrenal de la jerarquía episcopal, pueda hablar de ayudas públicas criticando a los más desfavorecidos que las reciben. Incumple al menos el mandamiento de no mentir. Tampoco ese señalamiento en negativo a lo migrantes parece caber en ese otro mandato que exige amar al prójimo. Y, como mínimo, muestra un grave desconocimiento de los mensajes y valores humanistas y éticos del Evangelio.

Por ejemplo, ese pasaje en el que Jesús señala a los justos como aquellos que cuando tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Quizá el sacerdote no pretendió decir lo que finalmente dijo, pero esas palabras se parecen mucho a las que conforman los discursos xenófobos que sitúan a las personas migrantes como la causa de todo tipo de problemas –hasta de la pérdida de feligreses–, y que se están expandiendo desde la extrema derecha, aquí también desde el PP, como una mancha de aceite. La victoria de la ultraderechista AfD en el estado alemán de Turingia y el segundo puesto en Sajonia son el último ejemplo. E inevitablemente esas palabras tienen también un tufo difícil de disimular a aquellos sermones de exaltación de los tiempos en que el nacional catolicismo franquista campaba a sus anchas.

Quizá, vista la reacción de los cascantinos y cascantinas presentes en la Iglesia con un insistente murmullo de desaprobación a las palabra del cura que obligaron a éste a pedir perdón, no esté todo perdido aún.