A trajo cascabillos. La víspera me había sometido a una pequeña intervención que había mermado mi movilidad, así que pensé que el finde haría mermelada y me entretendría. Escasa de azúcar y un punto ácida. I preguntó que si ponía música. Respondí que algo que me hiciera confiar en el ser humano (en mí misma en primer lugar, que quede claro, que a veces me agito y necesito paz). Resultó que los conciertos para oboe de Albinoni obraron el milagro. A mí la música barroca me parece ordenada porque me pone en orden, así de simple. Puede subir, bajar o distraerse, pero siempre se recoloca, nunca pierde la compostura y vuelve, no al lugar de partida, sino un poco más arriba, como una espiral que asciende, y yo lo agradezco. Además, la asocio al comienzo de películas de época, donde acompaña a los preparativos de la llegada de alguien, de una noticia o una conversación de relevancia, un acontecimiento señalado que se anticipa con acciones menores y precisas como podar un arbusto, sacar brillo a una copa o estirar una sábana hasta dejarla perfectamente lisa. Con protocolos, no sé si me explico. Escucharla mientras preparaba la mermelada me hizo sentir parte de algo más grande y bien engranado, una sensación reconfortante de la que disfruto bastante menos de lo que quisiera. Me vino la pequeña operación del día anterior y también era una sucesión de pequeñas acciones cuidadosamente desempeñadas. Una coreografía que convirtió el quirófano 3 en un lugar confortable donde sonaba Kiss fm. La mermelada de cascabillos es adictiva y el dedo va muy bien. Pensaba, ahora que comienza el curso que será estupendo espolvorearlo de momentos así (no es necesario insistir en cirugías) sencillos pero densos, con la concurrencia de una red amorosa en diferentes grados y matices.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
