La información tiene ventajas y desventajas. Una de las desventajas claras de tener mucha información sobre las personas es, por ejemplo, que se te puedan caer delante de tus narices los méritos que les otorgas. Sucede con las personas famosas. Hace unos años, un famoso, salvo que fuese un desastre humano completo, rara vez se caía del pedestal al que lo habías elevado, fuese actor, escritor, deportista o lo que fuere. Apenas había información de él o de ella y lo único que trascendía salvo tres o cuatro detalles biográficos eran las habilidades en el campo en el que destacase. Hoy en día esto es prácticamente imposible. Y a mucha gente los mitos se les van cayendo. O tienen que hacer serios esfuerzos por distinguir a la persona del personaje. Pasa con Nadal. Mucha gente idolatra a persona y personaje y otros muchos y muchas solo soportan al tenista, en tanto en cuanto no tragan al que hizo o hace ingeniería fiscal, recibe supuestos tratos de favor de autoridades, se manifiesta sobre deporte femenino, sobre política o sobre cualquier cosa. Nadal, claramente, está encuadrado entre los deportistas de derechas. A mí, sencillamente, todo este panorama me resulta agotador y no voy a dejar de admirar al sujeto porque en su vida fuera de las canchas no sea de mi agrado todo lo que hace o dice. Más que nada porque por esa regla de tres es posible que tendría que renegar de la mitad de mis lecturas, películas favoritas, momentos preferidos de televisión, ídolos deportivos e incluso amigos, claro. No pienso admirar solamente a personas que sean igual que yo o como yo creo que soy, que esa es otra. Me parece una aberración y un reduccionismo muy infantil. La vida es muy corta como para perderse, creo, constantemente en juicios de valor sobre quienes en campos concretos de la vida nos ofrecen momentos de una belleza impagable. Y de esos Nadal nos ha dado a cientos.