Ya he dejado antes bastante claro que el ministro Marlaska no es santo de la devoción de quien junta estas letras. Pero, una vez más, los insultos tabernarios con que le despidieron un pequeño grupúsculo de alumnos de la Universidad de Navarra –maricón, hijo de puta, corrupto y el absurdo que ¡te vote Txapote!–, están fuera de las reglas mínimas del derecho a la protesta o de la discrepancia política. Marlaska acumula un historial de hechos y decisiones que, a mi juicio, le deberían inhabilitar para estar al frente del Ministerio de Interior. Entre las piedras de su mochila las sucesivas condenas del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo por negarse a investigar denuncias por torturas de personas detenidas o la masacre de inmigrantes en la valla de Melilla. Pero seguramente esos estudiantes desconocen todo del historial de Marlaska, lo bueno y lo malo que pueda tener –y el del propio Javier García Gaztelu–, y simplemente corrieron tras el ministro, como críos a por caramelos a la puerta de un colegio, para repetir las consignas del fanatismo ideológico ultra. La Universidad de Navarra reaccionó con contundencia y la apertura de expedientes disciplinarios. También representantes de las formaciones políticas navarras rechazaron una actuación que identifica a sus protagonistas con una capacidad intelectual tres palmos por debajo del tucán. Tampoco vale engañarse: el discurso está ahí y cala en determinados espacios sociológicos. No es nuevo. El pasado abril otro grupo de estudiantes, también de la Universidad de Navarra del Opus Dei, visitó el Parlamento y algunos de ellos dejaron insultos como zorra, etarra y masones a la presidenta y a los parlamentarios en el libro de visitas como recuerdo. Al igual que los dirigidos a Marlaska atufan a barra de bar, cazalla, ignorancia y a la casposidad y machismo del franquismo. En este caso, iban dirigidos a Marlaska, pero como escribí entonces “la intencionalidad última son las propias instituciones democráticas, que son el objeto real de las descalificaciones. Esos insultos forman parte de esa política que diariamente azuza la confrontación y la inestabilidad contra los valores de la democracia, los derechos humanos y el pacto social que sostiene el Estado de Bienestar. Estos alumnos son sólo la parte más simple de todo ello. Lo que subyace tras esos insultos es la toxicidad y la desinformación que marcan hoy el auge de un pensamiento político que rechaza los derechos y los deberes de la convivencia democrática. El mínimo respeto a los demás en primer lugar”. Pueden resultar patéticos estos niñatos mezcla de elitismo y estupidez, pero su adoctrinamiento ideológico, como el de todos los fanatismos que hemos conocido y visto antes, tiene el mismo peligro. La rectora de la Universidad de Navarra, María Iraburu afirmó que la institución lamenta “estos insultos, contrarios al más elemental respeto a la dignidad de las personas. Son hechos condenables en cualquier ámbito, pero especialmente en una institución universitaria, donde siempre debe primar el respeto y el diálogo”. Queda la esperanza –posiblemente inútil–, que la educación y la capacidad cultural de la academia universitaria cambie su rumbo, les vaya alejando de la política tóxica y rellene el vacío intelectual del que han hecho gala de conocimientos, valores democráticos y humanistas.
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