Lo de Errejón no tiene nombre. Si algo parecido se hubiese descubierto de un político del PP o de UPN, no digo nada si hubiera sido de Vox, en estos momentos lo estaríamos descuartizando sin piedad todos los opinadores de los medios considerados progresistas. El hecho de tratarse de uno de los referentes de la izquierda del Estado, uno de los principales líderes de una formación que ha hecho del feminismo y del consentimiento sexual una de sus principales banderas, produce un bochorno que excede con mucho el de su propia formación política.
En la carrera de la hipocresía Errejón comparte ya podium con el hasta el momento campeón indiscutible, ese Borbón que nos sermoneaba sobre la familia mientras se tiraba a todo lo que se movía, o aseguraba sin ruborizarse que todos somos iguales ante la ley, mientras se beneficiaba de una impunidad elevada a rango constitucional. La superioridad moral de la izquierda resiste muy mal a un dirigente que hace en su vida privada aquello que condena sin paliativos en su vida pública.
La derecha no va a soltar fácilmente este hueso con el que providencialmente se ha encontrado en su cruzada contra el Gobierno de Sánchez, al que el escándalo protagonizado por Errejón debilita profundamente en su ya maltrecho flanco izquierdo. Todo por un tío que maltrata, que no sabe mantener cerrada la bragueta y que pasa por encima de todo principio por satisfacer sus pulsiones sexuales. No sólo la gente progresista, los hombres, cada uno de nosotros, también deberíamos sentirnos interpelados por toda esta mierda. La verdad, no sé qué remedio tiene lo nuestro.