La industria de la madera trajo al pueblo a mediados del siglo pasado a varias familias de Valencia. La instalación de la fabrica de muebles marcó un antes y un después; con su impulso, el pequeño núcleo rural fue transformándose con el paso de los años en una próspera localidad fabril en la que la incertidumbre del trabajo en el campo encontró compensación en la seguridad mensual de una nómina. No menos transformadora fue la oportunidad que supuso para la incorporación de la mujer al trabajo. Una de aquellas familias pioneras levantó, junto a la carretera, una casita de aires mediterráneos al lado de la de mi familia. La vivienda se engalanaba desde la primavera con macetas y flores. Transmitía la luz y la alegría de la mujer que mimaba las plantas con el mismo cariño que cuidaba de mí cuando me dejaban a su cargo. Le llamaban ‘la Valenciana’ pero para mí fue siempre ‘la tía Vicenta’. Aún entrada en años, le gustaba presumir con su traje de fallera, que lucía con galanura. La pude visitar antes de su muerte en su localidad natal y me llevó a la plaza donde se enamoró de Juanito, su marido. Conmovido por las lágrimas de Vicente Moreno (entrenador de Osasuna) ante la incalculable tragedia que azota a su gente, recordé a Vicenta; y como creo que ya está todo agotado en materia de condolencias, no encontré mejor manera de manifestar mi solidaridad que devolviéndoles en cuatro líneas el afecto que recibí de ‘la Valenciana’.
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